7 dic 2012
La
noticia es pública y notoria porque salió a página entera en muchos
periódicos: las ayudas directas a la banca suponen el 21% del PIB. Es
decir el Estado arriesga alrededor de 216.000 millones de euros en
ayudas que ha otorgado a la banca en crisis en términos de inyección de
dinero puro y duro, deuda y avales. De hecho, el Estado ha avalado
emisiones de deuda por valor de 76.000 millones. Pero ésta no es toda la
cifra. Como las privatizaciones de las cajas pueden suponer pérdidas
adicionales, ha habido ventas con las que se han producido, seguro, y
esto puede representar un máximo de 19.000 millones de euros más. En
ayudas directas se han aplicado 120.000 millones, la mayor parte de
ellos, 22.000, han ido a Bankia y su grupo.
Por otra parte, las
medidas que ha adoptado el Gobierno significan por una parte el
desmantelamiento de las cajas de ahorro y por otra una extraordinaria
concentración bancaria. He de decir que, desde el punto de vista de
la comunidad, las dos soluciones son malas. Las cajas de ahorro no
quebraron porque su naturaleza fuera intrínsecamente mala. La existencia
de obra social, el enraizamiento en la actividad económica de sus
propios territorios, no les confirieron la debilidad que los llevó a la
quiebra. Lo que lo hizo fue el predominio de los intereses políticos y
sindicales, el crecimiento desordenado, más allá de lo que eran sus
vocaciones iniciales, y la afición desmedida al ladrillo, es decir a
unos beneficios rápidos. Solo una caja ha conseguido capear con éxito
todas estas tentaciones hasta llegar a construir una gran entidad
financiera: "la Caixa", precisamente una de las que se ha mostrado absolutamente inmune a los efectos de la politización y sindicalización.
Por
lo tanto, lo sucedido no tiene nada que ver con la bondad de estas
entidades financieras sustancialmente distintas a los bancos, hasta
cierto punto alternativas. Con su desaparición se ha perdido un
competidor que presentaba un enfoque en inicio distinto a lo
estrictamente financiero, aunque después, por ambición, por
planteamientos de profesionalidad equivocada, los llevaron al mismo
territorio. Necesitamos las cajas, necesitamos entidades de crédito vinculadas estrechamente a familias y a pequeñas y medianas empresas,
delimitadas en ámbitos territoriales que conozcan bien y donde el
imperio de la confianza también pueda jugar. Que su fin no sea mejorar y
mejorar la cuenta de resultados sino mantener su sostenibilidad y
cuentas saneadas.
Ahora nos encaminamos hacia una situación donde unos pocos bancos controlarán todo el sistema.
Hay que decir que la concentración bancaria en España resultado de todo
esto no tendrá parangón en Europa. El hecho de que tres grandes
entidades financieras españolas se encuentren entre las diez más grandes
de la Eurozona
ya lo dice todo. Es más del 30% de las diez mayores, algo que no ser
corresponde para nada con el peso económico que España tiene en el
conjunto.
La comunidad no puede permitirse un sistema financiero que la desborde y cuyos fines propios se antepongan a su bien común.
Esta es la situación española, que además viene a ser una
característica histórica. El capitalismo financiero siempre ha tenido
vara alta en este país con independencia del régimen, y esto nunca ha
favorecido el desarrollo económico español ni la construcción de una
buena sociedad.
El ejemplo de "la Caixa"
muestra que es posible desarrollar una actividad financiera competitiva
internacionalmente, de alta calidad y sin necesidad de seguir
exactamente los modelos bancarios clásicos en cuanto a la lógica del
beneficio y sí a asumir plenamente criterios de eficacia y eficiencia
que no estén reñidos con la sensibilidad social, como muchas de las
actividades financieras y sobre todo no financieras de "la Caixa"
lo constatan. No se trata de emular su tamaño y dimensión, porque ya he
dicho que lo importante sería recuperar entidades de crédito enraizadas
en su entorno más inmediato, pero en cualquier caso es bueno para el
argumento subrayar que otros modelos, en el marco de la economía de
mercado, son posibles y mucho más respetuosos con los intereses de la
comunidad que los alberga.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
Sígueme en Twitter: @jmiroardevol
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