18 de setembre del 2021

André Stern: “Los niños aprenden porque se entusiasman, y no diferencian entre jugar y aprender”


 Este músico, conferenciante, periodista, escritor y padre de dos hijos publica Entusiasmo, un libro sobre cómo alimentar las capacidades durante la infancia desde el
ejemplo y la confianza.
 
 
 14.09.2021 -El País
Músico, conferenciante, escritor, periodista y padre de dos hijos, Antonin y Benjamín, André Stern (1971) cree que el entusiasmo nos hace capaces de cualquier cosa, “que nos libera de nuestros límites”. Y que es en la infancia la etapa en la que las expectativas adultas y la jerarquía aceptada de las disciplinas y profesiones, según Stern, termina ahogando ese entusiasmo innato que todos tenemos y que es el que nos lleva a ser quienes queremos ser. A hacer lo que queremos hacer. Así lo cuenta en 'Entusiasmo' (Ed. Litera), un libro que en realidad es un viaje a una infancia que difícilmente encaja en un mundo hecho a medida de los adultos. Hijo del investigador y pedagogo Arno Stern, André no fue a la escuela. Dice que aquello y el acompañamiento de su familia le permitió experimentar y desarrollar sus capacidades a través del autoaprendizaje.
 
 
PREGUNTA: ¿Cómo definiría lo que es el entusiasmo?
RESPUESTA: Yo definiría el entusiasmo como una fuerza que nos da alas, que nos da energía para mover montañas, que nos libera de nuestros límites impuestos. Esa fuerza la tienen todos los niños, está ahí desde el principio, y eso les permite descubrir el mundo. No debería limitarse a la infancia, sino que debería acompañarnos toda la vida.
 
 
P. ¿Cuáles son los “efectos secundarios” del entusiasmo? ¿Qué ocurre cuando dejamos que se manifieste?
R. Cuando algo nos entusiasma recopilamos información y nos hacemos cada vez más expertos y más competentes en eso que nos apasiona. El primer efecto segundario del entusiasmo es la competencia: si somos competentes habrá gente que nos necesitará independientemente de nuestra calificación.
 
 
P. Confundimos el entusiasmo con la felicidad…
R. Sentimos entusiasmo cuando sentimos felicidad y sentimos felicidad cuando sentimos entusiasmo. Sin embargo, es cierto que el entusiasmo nos puede llevar a atravesar momentos que no son de felicidad. Nuestros niños nos lo demuestran cuando hacen esfuerzos increíbles, como escalar una pared, coger un balón muy pesado o desplazar cosas con energía: no serían capaces de hacerlo, pero tienen esa capacidad de esfuerzo porque tienen ese entusiasmo y ahí está justamente la diferencia entre la felicidad y el entusiasmo.
 
 
P. Plantea que el entusiasmo es la clave del aprendizaje, pero también advierte de que no existe un “método”, que se trata más de una actitud y no de una metodología.
R. Para los niños entusiasmarse es su forma de estar en el mundo. Tienen la necesidad de buscar ese genio que hay en su interior y que a su vez será el genio que les llevará a ser útiles en este mundo. Para ellos no hay jerarquías entre profesiones o disciplinas. Ellos se pueden entusiasmar tanto con el oficio de un astronauta como con el oficio de un barrendero. Somos los adultos los que establecemos permanentemente jerarquías, los que les decimos que es más importante una materia u otra. ¿Y si pensáramos que aprender a leer no es más importante que aprender a bailar?
 
 
P. ¿Qué necesitan niños y niñas para despertar lo que les entusiasma?
R. Me cuesta decir “lo que necesitan los niños” porque no creo que haya diferencias entre lo que necesita un adulto o lo que necesita un niño. Por ejemplo, si existen palabras malsonantes para un niño, entonces también serán malsonantes para que las pronuncie un adulto. Decir que los niños tienen necesidad de alguna cosa es una arrogancia porque entonces estamos discriminándolos, colocándolos en otro lugar, y este es un mal invisible en nuestra sociedad: el edadismo. Considero que los niños no existen: hay un niño en un momento dado y una persona detrás de él cuyas necesidades van cambiando. En el momento que hemos hecho una categoría de niños, esta pasa a ser dominada por la categoría de adultos, que se atribuyen la capacidad de saber lo que el niño necesita. Es la misma historia que la del patriarca: la categoría hombre que decide lo que le hace falta a la mujer. Es la misma discriminación.
 
 
P. Me parece muy interesante la cuestión del edadismo. ¿Cómo influye esto en el entusiasmo?
 R. El edadismo está por todas partes, pero no lo vemos. A los niños no les tomamos en serio, y no tomamos en serio algo que hacen –y que es muy importante– que es jugar. Aprenden porque se entusiasman, y no diferencian entre jugar y aprender. Somos nosotros, los adultos, quienes no solo hemos separado el juego y el aprendizaje, sino que, además, hemos posicionado ambas acciones como opuestas. Pensamos que ya se les pasará cuando sean mayores, que el juego y el entusiasmo son defectos de la infancia.
 
 
 
 
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