Gilles Bernheim. Mariage homosexuel, homoparentalité et adoption: ce que l’on oublie souvent de dire. Una traducción al inglés del ensayo puede encontrarse en: First Things.
(Resumen de Aceprensa):
En el debate sobre la legalización del matrimonio gay se escuchan
palabras abstractas como la igualdad, la apertura de mente o el
progreso. Pero apenas se presta atención a los derechos y las
necesidades concretas de los hijos. Gilles Bernheim, gran rabino de
Francia, repasa en un largo ensayo
(1) los principales argumentos invocados por los partidarios de abrir
el matrimonio a las parejas homosexuales en ese país. Su estudio fue
elogiosamente citado por Benedicto XVI en su discurso
a la Curia Romana el 21-12-2012. Resumimos los argumentos que hacen
referencia a la negación de la diferencia sexual entre los esposos.
El matrimonio: institución, no sentimiento
El proyecto gubernamental de “matrimonio para todos” pretende
consagrar en la ley el derecho a casarse de todos los que se aman. Pero
Bernheim recuerda diversas situaciones en las que del hecho de que dos
personas se amen no se desprende que tengan un derecho a casarse, ya
sean hetero u homosexuales. Por ejemplo, una mujer no puede casarse con
dos hombres aunque asegure amar a los dos y ambos quieran ser maridos
suyos.
El “matrimonio para todos” es un eslogan vacío, ya que si se
legalizara el matrimonio homosexual la ley seguiría prohibiendo casarse a
algunas personas. La lógica jurídica es sencilla: si prohibir el
matrimonio homosexual es discriminatorio, rechazar el matrimonio entre
cualquiera que invoque el amor (por ejemplo, los partidarios de la
poligamia o de los matrimonios de grupo) será igualmente considerado
discriminatorio.
“Amar a un niño es una cosa; y amar a un niño con un amor que proporcione la estructura familiar necesaria, otra”
Por otra parte, los deseos individuales no bastan para cambiar de
arriba a abajo una institución social. “El matrimonio –escribe Bernheim–
no es solo el reconocimiento de una relación amorosa. Es la institución
que articula la unión de un hombre y una mujer como parte de una
sucesión de generaciones. Supone la fundación de una familia; es decir,
de una célula social que origina una serie de relaciones paternofiliales
entre sus miembros”.
Es esta institución social la que rechazan algunos por obsoleta y
rígida. Pero entonces, se pregunta Bernheim, ¿por qué quienes se
decantan por las uniones sin papeles se apuntan ahora con entusiasmo a
reivindicar el matrimonio homosexual?
Situarse en la cadena generacional
El amor tampoco es suficiente para invocar el derecho de las parejas del mismo sexo a adoptar. Bernheim no cuestiona que los homosexuales puedan dar amor como los heterosexuales. Pero recuerda que “amar a un niño es una cosa; y amar a un niño con un amor que proporcione la estructura necesaria, otra”. “El rol de los padres va más allá que el amor que sienten por sus hijos. Reducir el vínculo entre padres e hijos a sus aspectos afectivos y educativos es pasar por alto el hecho de que este vínculo tiene un factor psicológico de vital importancia para la identidad de los niños”.
“Todo el afecto del mundo no basta para generar las estructuras
psicológicas básicas que el niño necesita para que llegue a saber de
dónde viene. Dado que el niño establece su propia identidad solamente a
través del proceso de diferenciación, se presupone que conoce a aquellos
a quienes se parece. Por eso necesita saber que es fruto del amor entre
un hombre, su padre, y de una mujer, su madre, gracias a la diferencia
sexual que existe entre ellos”.
Los niños que esperan a ser adoptados necesitan más que otros el amor materno y el amor paterno (...) “Identificar a los padres de un hijo no es solo indicar quién
criará al niño, con quién establecerá relaciones afectivas, o quién le
servirá como adulto de referencia. Más importante aún: supone situarle
en una cadena generacional. Esta cadena garantiza a cada individuo un
lugar en el mundo donde vive, puesto que sabe de dónde viene”.
Para Bernheim, la idea de la “homoparentalidad” es una ficción
inventada precisamente “para paliar la imposibilidad de los homosexuales
de ser padres”: puesto que de forma natural dos personas del mismo sexo
no pueden engendrar, se recurre al derecho para que este asigne un niño
a dos “padres” del mismo sexo.
Al igual que el matrimonio, la paternidad se basa en la distinción
antropológica entre hombre y mujer. En cambio, “los activistas gays
reivindican el derecho a un nuevo estatus parental en el que la
paternidad queda reducida a ciertas funciones como la educación”. Y
añade: “El término ‘padres’ no es neutral; incluye la diferencia sexual.
Aceptar el de ‘homoparentalidad’ es arrancar a la palabra ‘padres’ su
significado corporal, biológico y carnal”.
Hijos deseados, derechos olvidados
Frente a quienes alegan que los homosexuales están discriminados
porque no pueden adoptar, Bernheim recuerda que el deseo de tener hijos
no crea un derecho a tenerlos. Esto es válido tanto para los
heterosexuales como para los homosexuales.
Está claro que los homosexuales pueden sufrir como consecuencia de su
esterilidad, sufrimiento que comparten con las parejas heterosexuales
estériles. “Pero nadie tiene derecho a que alivien su sufrimiento a
costa del de los demás; sobre todo, cuando la desventaja recae sobre los
débiles e inocentes”. Aquí Bernheim denuncia con firmeza que “los
partidarios de la adopción por parejas homosexuales pasan por alto en
este debate que el niño es una persona, un sujeto”. De hecho, hablar de
un “derecho al hijo” instrumentaliza al niño; este siempre es sujeto, no
objeto, de derechos.
Contra esto se puede argumentar que hay cientos de niños esperando a
ser adoptados, y que siempre será mejor que los adopte una pareja de
homosexuales a que permanezcan en un orfanato. Pero Bernheim replica que
son precisamente “los niños que esperan a ser adoptados los que
necesitan más que otros un padre y una madre”, ya que “sufren el doble
trauma del abandono y de la falta de identidad familiar” que confiere la
relación con un progenitor masculino y otro femenino.
Es frecuente que los niños que esperan la adopción puedan sentir
rechazo hacia alguno de los sexos. Por eso es importante que tengan la
oportunidad de relacionarse con un progenitor del mismo sexo y del
contrario. Además, obligar a esos niños a adaptarse a la situación
afectiva de una pareja del mismo sexo, ¿no supondría para ellos un nuevo
obstáculo frente a la gran mayoría de niños que tienen padre y madre?
Bernheim plantea una pregunta que puede servir para dilucidar el
principio básico del interés del menor: “¿Se adopta al niño por sí mismo
o para satisfacer la necesidad de una pareja? ¿Quiere la pareja
remediar las dificultades de ese niño o busca aliviar su dolor de no
tener hijos?”.
En el debate sobre el matrimonio gay no podemos permitir que los
niños salgan perdiendo. “Las nuevas formas de ‘homoparentalidad’ han
abierto la puerta a un despliegue escalofriante de posibles
combinaciones”. Ya son una realidad en varios países los pleitos sobre
el reconocimiento legal de los hijos de parejas lesbianas y de gays,
donde los niños en disputa pueden acabar teniendo hasta cuatro padres
legales.
Bernheim cierra esta parte del artículo con una sugerencia
interesante que ayuda a definir el marco de este debate. Las encuestas
que tratan de tomar el pulso a lo que piensa la calle sobre la
legalización del matrimonio homosexual deberían abandonar la perspectiva
de los activistas homosexuales, que se consideran discriminados, y
empezar a plantear las preguntas desde el punto de vista de los
adoptados.
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