A veces parece que algunos no han entendido nada.
O
quizás es que lo han entendido perfectamente.
Y ya
no saben qué inventarse.
Pensaron que bastaba una sentencia del Tribunal Constitucional (junio
2010) para convertir en papel mojado el Estatut del 2006, con la
confianza de que la ciudadanía de Catalunya aceptaría, sin más
problemas, esta amputación de su voluntad libremente expresada en las
urnas.
Pero antes de un mes (julio 2010), una manifestación convocada
por Òmnium, con el apoyo de 1.400 asociaciones y de todas las
universidades catalanas, y encabezada por los tres presidentes de la
Generalitat y por los tres del Parlament, con los máximos responsables
de CDC, UDC, ERC, ICV, UGT y CCOO, ocupaba Barcelona bajo el lema “Somos
una nación. Nosotros decidimos”. En España, pocos entendieron que aquel
Estatut había sido el último intento del catalanismo que todavía
pensaba que podía ser posible una acomodación de Catalunya en un Estado
que reconociera su singularidad, con esa propuesta tan de mínimos que no
fue aceptada ni por ERC. Pocas voces, en España, formularon con tanta
contundencia lo que aquel gesto del TC significaba como lo hizo el
catedrático de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla,
Javier Pérez-Royo: “la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre la
reforma del Estatut de Autonomía de Catalunya formalmente fue una
sentencia, pero materialmente fue un golpe de estado”. Algunos pensaron
que la sentencia acabaría con el problema, pero, antes de un año, se
inició el proceso de constitución de la Assemblea Nacional Catalana, una
iniciativa sin paralelismos en Europa, con la Declaración de la
Conferencia Nacional para el Estado propio (abril 2011). Se iniciaba un
desplazamiento, lento pero irreversible, de la centralidad política en
Catalunya.
Pocos entendieron que aquel Estatut había sido el último intento del catalanismo que todavía pensaba que podía ser posible una acomodación de Catalunya en un Estado que reconociera su singularidad
Pensaron que el crecimiento del independentismo era un soufflé de
ingeniería política, operado maquiavélicamente por un político (Mas) y
un partido de gobierno (CiU) para presionar el gobierno del Estado con
el objetivo de conseguir mejoras en la financiación de Catalunya.
Pero
dos manifestaciones consecutivas, con pocos equivalentes en Europa y con
un año de diferencia, ocuparon las portadas de los medios de
comunicación de referencia en el mundo. El “problema catalán”, del que
había hablado Ortega y Gasset en los años treinta, se instalaba, para
quedarse, en las agendas informativas de todo el mundo. La Diada de
2012, bajo el lema, ya inequívoco, de “Catalunya, nuevo Estado de
Europa”, con una multitud muy superior a la del 2010, ocupó todo el
centro de Barcelona, del final de Paseo de Gracia al inicio de la Vía
Laietana. Y en la Diada de 2013, bajo el lema de “Vía catalana hacia la
independencia”, una cadena humana recorrió el país, de punta a punta,
entre el Pertús y Alcanar.
Pensaron que la confesión de Pujol (julio 2014) acabaría con el
proceso que estaba convirtiendo el independentismo en la nueva tendencia
política hegemónica a Catalunya y que, por puro desánimo, la revelación
haría desistir aquellas multitudes que, desde el 2010, reiteradamente y
con tozudez, salían a la calle para reclamar la secesión de España de
manera festiva y sin un sólo cristal roto. Pero la Diada de 2014,
tricentenario de la abolición de las instituciones catalanas por Felipe V
de Borbón, bajo el lema “Ahora es la hora”, una multitud hizo de nuevo
una demostración pública de musculatura, ocupando 11 kilómetros de las
dos avenidas mayores de Barcelona, la Diagonal y la Gran Vía. Y fue el
propio Parlament de Catalunya, poco después (noviembre 2014), el que
puso en marcha, por iniciativa propia, una Comisión de investigación
sobre el fraude y la evasión fiscales y las prácticas de corrupción
política, presidida por
David Fernàndez, diputado por la CUP; una
iniciativa absolutamente inimaginable en el Parlamento del Estado.
Pensaron que el crecimiento del independentismo era un soufflé de ingeniería política, operado maquiavélicamente por un político (Mas) y un partido de gobierno (CiU)
Pensaron que negándose a autorizar el referéndum que el Parlament
pedía, de forma muy mayoritaria (84 votos a favor, 21 en contra),
conseguirían que el pueblo de Catalunya, del cual el Parlament es el
representante (“El
Parlament representa al pueblo de Catalunya”,
Estatut, artículo 55.1), desistiera de su voluntad, reiteradamente
manifestada, de poder realizar esta consulta a la ciudadanía para
conocer su voluntad. Pero la consulta participativa sobre la
independencia del 9 de noviembre de 2014 obtuvo 1.897.274 votos a favor
de que Catalunya sea
un Estado independiente, 234.848 a favor de que
Catalunya se convierta en un Estado y 105.245 votos negativos respecto a
estas dos opciones, en una iniciativa que bien puede considerarse,
objetivamente, como el acto más masivo en Catalunya de desobediencia
civil de las instrucciones del Estado.
Pensaron que, con la perspectiva de unas elecciones en el Parlament,
convocadas con vocación plebiscitaria sobre la independencia de
Catalunya, en sustitución del referéndum que el Estado español se negaba
reiteradamente a hacer, podían convencer mayoritariamente a la
ciudadanía sobre las bondades de que Catalunya siga formando parte de
España, a partir de una campaña basada en los anuncios apocalípticos de
todas las catástrofes y plagas bíblicas que podían caer sobre Catalunya
en el caso de que decidiera votar formaciones partidarias de la
independencia y que quisieran, efectivamente, iniciar un proceso de
secesión del Estado español: salida de Catalunya de la Unión Europea,
del euro y de todos los organismos internacionales; fuga de Catalunya de
todas las instituciones bancarias y de las principales empresas;
bancarrota durante varias generaciones, incapacidad de
acceder a
crédito, hundimiento del sistema de pensiones… Pero las elecciones del
27 de septiembre de 2015, a pesar de las profecías de apocalipsis,
registraron un resultado inequívocamente mayoritario de las
formaciones
que defendían explícitamente la independencia de Catalunya (72 escaños
de 135).
26.oct.20I5. Constitución del Parlament de Catalunya salido de la urnas del 27 Septiembre 2015
Pensaron que la confesión de Pujol (julio 2014) acabaría con el proceso que estaba convirtiendo el independentismo en la nueva tendencia política hegemónica en Catalunya
A veces parece que algunos no han entendido nada. Uno tras otro, cada
relato que se ha elaborado para condicionar la voluntad de la
ciudadanía de Catalunya y para prever sus movimientos futuros, ha
quedado radicalmente desmentido de los hechos. Sobre todo, porque partía
del equívoco fundamental, amparado en una radical ignorancia de la
realidad catalana, de que el deseo de independencia era una maquinación
de ciertas élites políticas con intereses puramente tácticos.
Ahora piensan que podrá funcionar el relato falaz de que Catalunya es
un país corrupto y podrido, en el que las mafias de todo tipo regulan
hasta el último rincón de la vida social, y donde políticos y
empresarios, funcionarios y ciudadanos, empresarios y trabajadores,
banqueros y pensionistas, son una caterva de delincuentes que, por
activa o por pasiva, por iniciativa propia o por silencio cómplice, han
robado fondos públicos y privados sin medida y con voracidad, inmersos
sin posibilidad de escapatoria en una espiral vertiginosa de corrupción
compulsiva y patológica. Ahora piensan que, habiendo fallado todos los
otros, el único relato que puede funcionar es que el apocalipsis ya está aquí y su nombre es Catalunya: una sociedad enferma, incapaz de gobernarse a sí misma, indigna, viciosa y viciada.
Pensaron que podían convencer mayoritariamente a la ciudadanía sobre las bondades de que Catalunya siga formando parte de España a partir de una campaña basada en los anuncios apocalípticos de todas las catástrofes y plagas bíblicas
Y eso no lo piensan pocos: sólo hace falta haber leído y escuchado
durante esta última semana los medios de comunicación escritos,
radiofónicos y televisivos de referencia en el Estado y las
declaraciones de sus analistas y tertulianos, así como las declaraciones
de los máximos
líder políticos españoles (¡y algunos catalanes,
faltaría más!), para calibrar la magnitud de los despropósitos,
barbaridades, insultos y mentiras con que, a partir de la más obscena
rumorología y de la sospecha más generalizada e indiscriminada, se
pretende construir de manera burda la equivalencia entre la voluntad de
independencia y la rutina de la corrupción: Catalunya –dicen– quiere ser
independiente para legitimar un sistema esencialmente corrupto.
A veces parece que algunos no han entendido nada. Incapaces de
entender que esta sociedad reclama, de manera muy mayoritaria, si no
unánime, que, si hay corrupción, hace falta que se investigue y que la
ley se aplique sin la lasitud y la complicidad endogámica, ni las
amnistías (fiscales y de todo tipo), que tan habituales son en el Estado
español, son igualmente incapaces de entender que es este deseo de
salir de un marco institucional que ha favorecido corrupciones a todos
los niveles (de Flick y Filesa a Gürtel, Bárcenas y los ERE de Andalucía
o el caso Millet) lo que ha constituido, precisamente, uno de los
principales motores del independentismo en Catalunya.
Ahora piensan que, habiendo fallado todos los otros relatos, el único que puede funcionar es que ‘el apocalipsis ya está aquí y su nombre es Catalunya’: una sociedad enferma, incapaz de gobernarse a sí misma, indigna, viciosa y viciada.
Es como si se hubiera generalizado en el Estado español, con respecto
a Catalunya, el síndrome del tío Doc, aquel viejo achacoso y sucio de Luz de agosto,
la novela de William Faulkner, que se pasó cincuenta años enfermo de
ira, desde que su hija se quedó embarazada en contra del consentimiento
paterno, vociferando y aullando con gritos fanáticos y obsesivos, como
si fuera un poseso, cada vez que abría la boca, sólo dos palabras, y
encima repetidas, lanzadas contra el mundo para descalificarlo: “Bitchery and abomination! Abomination and bitchery!” (“¡Puterío
y abominación! ¡Abominación y puterío!”). Estos días es como si el tío
Doc se hubiera reencarnado en centenares de analistas y opinadores,
tertulianos y políticos que, sólo de oír la palabra “Catalunya” o
“independencia” o “procés”, empiezan a gritar, con la mandíbula
desencajada y los ojos abiertos de par en par, “¡Puterío y abominación!
¡Abominación y puterío!”, como si con Catalunya se encontraran ante una
hibridación esperpéntica y delirante mezcla de Sodoma y Gomorra, el
Chicago de Al Capone y la Nueva York de los Corleone, con la ciudadanía
de Catalunya convertida en un rebaño de imbéciles que no sólo se lo
mirarían como si no entendieran nada, sino que estarían profundamente de
acuerdo con este estado putrefacto de cosas.
A veces, realmente, parece que algunos no han entendido nada. O
quizás es que lo han entendido perfectamente. Demasiado, incluso. Y ya
no saben qué inventarse.
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