Josep Miró i Ardèvol - 28/12/2012
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De
una manera recurrente, pero sin ningún efecto sobre la opinión pública,
la publicada y mucho menos sobre la agenda política, aparece
información que señala la bomba demográfica sobre la que está viviendo
España. Cada vez que el INE aporta algunos datos se produce esta
llamarada que señala el riesgo en el cual vivimos y avanzamos con él
hasta la catástrofe final. Una sola idea sirve para resumirla: hoy en
España nacen tantos niños como a mediados del siglo XIX, cuando la
población era un 65% inferior. Al lado de esta caída tremenda de la
natalidad, hay que señalar el aumento extraordinario del aborto, cerca
de 120.000 niños han dejado de nacer por esta causa en el año 2011. Es
una catástrofe que navega al lado de la otra.
En
el 2050 habrá una persona en edad de trabajar por cada niño o jubilado.
Evidentemente, antes de llegar a esta cifra el país habrá implosionado
por inviable.
Naturalmente, hay personas y entidades, la empresa de recursos humanos
Manpower es una de éstas, que reflexionan bajo la idea de que así será
más fácil que los parados encuentren trabajo. Hay que decir que este
tipo de cálculos no tiene ningún fundamento económico. No se puede
indicar, y subrayemos el vacío absoluto, una sola pieza de literatura
económica que demuestre que las jubilaciones dan lugar a la entrada
automática de jóvenes para ocupar el lugar de trabajo. La Organización Internacional
del Trabajo sostiene exactamente el mismo punto de vista. En la
práctica, los trabajadores más jóvenes no sustituyen fácilmente a los
trabajadores mayores, ya que el número de lugares de trabajo no es
estable y cambia en función de las condiciones del mercado laboral. Y
aún podríamos añadir una máxima: no existe ningún caso de crecimiento
económico en el marco de una caída de la población como la que vive
España.
En
el 2050, en el mejor de los casos, las pensiones representarán el 15%
del PIB y la sanidad, en una muy buena hipótesis, el 7%. Una cuarta
parte del PIB se dirigirá a estos gastos sociales. Esto partiendo de la
consideración de que los niveles de salud de la población jubilada serán
francamente buenos. Pero en esta evolución, que tiene en cuenta
comportamientos previos, no entra la lógica de que nuestros jóvenes hoy
presentan tasas de salud, debido a sus malos hábitos, inferiores a las
de sus predecesores, como ponen de relieve diversas encuestas. Por lo
tanto, aquel 7% incluso puede llegar a crecer.
Los
primeros interesados en que todo esto no se lleve a cabo deberían ser
los jóvenes, es decir aquellos que estarán cercanos a la edad de
jubilación o que ya estarán jubilados a partir del año 2040, incluso
antes. Los jóvenes de hoy, aquellos que tienen menos de 35 años, deberían alzar necesariamente la bandera de estimular los nacimientos.
Y ello requiere cambiar muchas cosas: privilegiar a las familias que
tienen hijos, sobre todo a partir del segundo; facilitar la conciliación
familiar; y recuperar culturalmente el valor de la maternidad. Éstas
son las cuestiones en las que se juegan su futuro.
Porque
hay que decir que si esto se mantiene las pensiones, tal y como las
conocemos ahora, serán inviables. No se tratará de cobrar algo menos
sino sencillamente de no cobrar prácticamente nada. Todo
el sistema en el que está basado el bienestar se resquebrajará, porque
este partía de un principio que se daba por inmutable hasta que la
sociedad desvinculada lo destruyó, el de que los matrimonios serían
estables, tendrían hijos y que el promedio sería generalmente superior a
los dos hijos por pareja. Hoy estamos en 1,35 hijos por mujer en
edad fértil. Con esta cifra es evidente que no hay ninguna posibilidad
de bienestar en el futuro.
De
la misma manera que he dicho antes de que no hay estudios que
relacionen la baja demografía con el crecimiento económico, he de
apuntar que sí existe toda una escuela en la corriente de desarrollo
endógeno que señala que el crecimiento de la población es un factor de
dinamismo económico. Los países
que tienen jóvenes en una proporción adecuada aprovechan mejor las
condiciones de desarrollo que ofrece el propio país, generan dinámicas
de productividad, creatividad y consumo mucho mejores que las de las
poblaciones envejecidas.
Casi
no queda tiempo, pero no necesariamente ha de suceder lo que la
tendencia demográfica señala. Si España tiene interés por sí misma, si
el discurso español es algo más que palabras huecas, ha de levantar
inmediatamente una potente política pública al servicio de los
matrimonios, de las familias con capacidad de generar descendencia y de
educarla a favor de la conciliación y de la estabilidad familiar.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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