(Gabriel Magalhães en Montserrat. Es el autor del que he leido las observaciones más agudas i más afectuosas de Catalunya. No se pierdan sus artículos. ¡Vuelva pronto! Torni aviat! Cuca de Llum)
De Gabriel Magalhães guardo un recuerdo imborrable. Una tarde de invierno en la plaza de Comercio de Lisboa. La luz más bella de Europa, la arquitectura ilustrada y masónica con la que el Marqués de Pombal reconstruyó la ciudad después del pavoroso terremoto de 1755, y la pregunta del filósofo Voltaire –al tener noticia de la gran tragedia– sobrevolando aún el estuario del Tajo. “¿Dónde estaba Dios?”. (Cuarenta años después de la volteriana interrogación, la guillotina comenzaba a cortar cabezas en París).
Una tarde de invierno, les decía. El
estuario era una lámina de plata. El puente del 25 de Abril estaba
envuelto por una bruma metafísica. Y otra pregunta estaba en el aire,
tras el tremendo terremoto financiero. “¿Dónde estaba la
socialdemocracia?”. Entonces, Magalhães, que cree en Dios, que da
catequesis a los chicos de su parroquia en Covilhã, no muy lejos de
Castelo Branco, que imparte clases de literatura española y portuguesa
en la universidad de Beira Interior, lejos de los círculos patricios de
Lisboa, que escribe artículos muy buenos para ‘La Vanguardia’, que
publica ensayos políticos y magníficas novelas con espejos que no
devuelven la imagen, retablos que esconden la clave histórica de
Portugal y un imaginado restaurante caníbal en Oporto, metáfora de la
transgresión neoliberal, respondió a Voltaire con un castellano claro y
melodioso: “Mire, lo que la Unión Soviética dio a los trabajadores
europeos –una buena seguridad social bajo amenaza revolucionaria–, ahora
nos lo quita la China Popular y su tremendo ejército industrial”. Me
dejó clavado a la balaustrada. Cuando quedas con Magalhães hay que
acudir a la cita con papel y lápiz. Siempre acabarás tomando nota. En un
cuaderno azul portugués, a poder ser.
Cuatro años después,
estamos sentados en la cafetería del monasterio de Montserrat. Tarde
encapotada, frío soportable y una pregunta obligada al hombre que acaba
de publicar un libro que se titula ‘Como sobreviver Portugal,
continuando a ser português’.
–¿Por qué Portugal, apaleado de manera inclemente por la crisis e intervenido por la ‘troika’, parece que no esté a punto de estallar? ¿Por qué se oyen menos crujidos políticos en Portugal que en España?
–Portugal
no estalla, porque ya estalló. La Revolución de Abril de 1974 refundó
políticamente el país. Pese a la brutalidad de la crisis, las
instituciones y los partidos no se han desmoronado. El Tribunal
Constitucional demostró cierta independencia al limitar los recortes en
las pensiones. El primer ministro que pidió el rescate, el socialista
José Sócrates, se halla en la cárcel por corrupción. Muchos jóvenes han
emigrado. Los funcionarios han perdido privilegios, pero aún se sienten
seguros. La tasa de paro no supera el 15%. El país vuelve a ser muy
modesto, hay gente que los está pasando muy mal, pero los muelles han
funcionado. Nos hemos olvidado del AVE Lisboa-Madrid y hemos llamado a
la puerta de Brasil, de Angola, de China, de India... Es posible que
nuestro próximo primer ministro sea el socialista António Costa, un
hombre de rasgos hindúes, originario de Goa.
–España no tuvo un Abril de 1974.
–España tiene un problema pendiente con la Verdad.
–¿Cómo dice?
–España
hizo su transición aplazando problemas de fondo. La transición fue un
pacto de no agresión. Un pacto seguramente necesario para evitar otro
gran drama. Visto desde fuera, parece claro que España necesita renovar
su pacto de convivencia. La crisis ha descarnado los defectos del
sistema político y las nuevas generaciones piden cambios. Yo confiaría
en esa nueva generación. No soy pesimista. Deberían ustedes vigilar el
halo trágico del país, pero pueden estar cerca de otro momento creativo.
–¿También es optimista respecto a Portugal?
–Portugal es un eterno funambulismo.
Nacido
en Angola en 1965, criado en el País Vasco –su padre es ingeniero de
minas– y formado en Salamanca, Gabriel Magalhães conoce bien España. Le
faltaba, sin embargo, una pieza del mosaico ibérico: Catalunya. Apenas
había estado en Barcelona. Se ha apasionado por la literatura catalana.
Lee –en catalán– a Pla, a Espriu, a Maragall. Ha devorado con fruición
‘Incerta glòria’, de Joan Sales. Y observa con su peculiar mezcla de
agudeza y prudencia el momento político local. Tomo nota, mientras
graniza en Montserrat.
–Observo estos días en Catalunya una
serenidad nerviosa. Hay una línea mayoritaria y mucha competición entre
partidos después del 9 de noviembre. Creo, sinceramente, que esa jornada
fue un gran éxito político. Catalunya presentó su expediente a Europa,
no hubo problemas de orden público y el Gobierno español renunció al
drama. Esto último es muy importante y puede facilitar futuros pactos.
No quiero entrometerme, pero yo recomendaría a los catalanistas que no
caigan ahora en la exageración. Catalunya funciona con unos maravillosos
equilibrios internos, hoy poco habituales en Europa. No los estropeen.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada