16 de març del 2015

La opinión de Gabriel Magalhães sobre el momento político de Catalunya, " Por qué Portugal cruje menos que España" en un artículo de Enric Juliana.

(Gabriel Magalhães en Montserrat. Es el autor del que he leido las observaciones más agudas i más afectuosas de Catalunya. No se pierdan sus artículos. ¡Vuelva pronto! Torni aviat! Cuca de Llum)



De Gabriel Magalhães guardo un recuerdo imborrable. Una tarde de invierno en la plaza de Comercio de Lisboa. La luz más bella de Europa, la arquitectura ilustrada y masónica con la que el Marqués de Pombal reconstruyó la ciudad después del pavoroso terremoto de 1755, y la pregunta del filósofo Voltaire –al tener noticia de la gran tragedia– sobrevolando aún el estuario del Tajo. “¿Dónde estaba Dios?”. (Cuarenta años después de la volteriana interrogación, la guillotina comenzaba a cortar cabezas en París).

Una tarde de invierno, les decía. El estuario era una lámina de plata. El puente del 25 de Abril estaba envuelto por una bruma metafísica. Y otra pregunta estaba en el aire, tras el tremendo terremoto financiero. “¿Dónde estaba la socialdemocracia?”. Entonces, Magalhães, que cree en Dios, que da catequesis a los chicos de su parroquia en Covilhã, no muy lejos de Castelo Branco, que imparte clases de literatura española y portuguesa en la universidad de Beira Interior, lejos de los círculos patricios de Lisboa, que escribe artículos muy buenos para ‘La Vanguardia’, que publica ensayos políticos y magníficas novelas con espejos que no devuelven la imagen, retablos que esconden la clave histórica de Portugal y un imaginado restaurante caníbal en Oporto, metáfora de la transgresión neoliberal, respondió a Voltaire con un castellano claro y melodioso: “Mire, lo que la Unión Soviética dio a los trabajadores europeos –una buena seguridad social bajo amenaza revolucionaria–, ahora nos lo quita la China Popular y su tremendo ejército industrial”. Me dejó clavado a la balaustrada. Cuando quedas con Magalhães hay que acudir a la cita con papel y lápiz. Siempre acabarás tomando nota. En un cuaderno azul portugués, a poder ser.

Cuatro años después, estamos sentados en la cafetería del monasterio de Montserrat. Tarde encapotada, frío soportable y una pregunta obligada al hombre que acaba de publicar un libro que se titula ‘Como sobreviver Portugal, continuando a ser português’.

–¿Por qué Portugal, apaleado de manera inclemente por la crisis e intervenido por la ‘troika’, parece que no esté a punto de estallar? ¿Por qué se oyen menos crujidos políticos en Portugal que en España?

Portugal no estalla, porque ya estalló. La Revolución de Abril de 1974 refundó políticamente el país. Pese a la brutalidad de la crisis, las instituciones y los partidos no se han desmoronado. El Tribunal Constitucional demostró cierta independencia al limitar los recortes en las pensiones. El primer ministro que pidió el rescate, el socialista José Sócrates, se halla en la cárcel por corrupción. Muchos jóvenes han emigrado. Los funcionarios han perdido privilegios, pero aún se sienten seguros. La tasa de paro no supera el 15%. El país vuelve a ser muy modesto, hay gente que los está pasando muy mal, pero los muelles han funcionado. Nos hemos olvidado del AVE Lisboa-Madrid y hemos llamado a la puerta de Brasil, de Angola, de China, de India... Es posible que nuestro próximo primer ministro sea el socialista António Costa, un hombre de rasgos hindúes, originario de Goa.

–España no tuvo un Abril de 1974.

España tiene un problema pendiente con la Verdad.

–¿Cómo dice?

España hizo su transición aplazando problemas de fondo. La transición fue un pacto de no agresión. Un pacto seguramente necesario para evitar otro gran drama. Visto desde fuera, parece claro que España necesita renovar su pacto de convivencia. La crisis ha descarnado los defectos del sistema político y las nuevas generaciones piden cambios. Yo confiaría en esa nueva generación. No soy pesimista. Deberían ustedes vigilar el halo trágico del país, pero pueden estar cerca de otro momento creativo.

–¿También es optimista respecto a Portugal?

–Portugal es un eterno funambulismo.

Nacido en Angola en 1965, criado en el País Vasco –su padre es ingeniero de minas– y formado en Salamanca, Gabriel Magalhães conoce bien España. Le faltaba, sin embargo, una pieza del mosaico ibérico: Catalunya. Apenas había estado en Barcelona. Se ha apasionado por la literatura catalana. Lee –en catalán– a Pla, a Espriu, a Maragall. Ha devorado con fruición ‘Incerta glòria’, de Joan Sales. Y observa con su peculiar mezcla de agudeza y prudencia el momento político local. Tomo nota, mientras graniza en Montserrat.

Observo estos días en Catalunya una serenidad nerviosa. Hay una línea mayoritaria y mucha competición entre partidos después del 9 de noviembre. Creo, sinceramente, que esa jornada fue un gran éxito político. Catalunya presentó su expediente a Europa, no hubo problemas de orden público y el Gobierno español renunció al drama. Esto último es muy importante y puede facilitar futuros pactos. No quiero entrometerme, pero yo recomendaría a los catalanistas que no caigan ahora en la exageración. Catalunya funciona con unos maravillosos equilibrios internos, hoy poco habituales en Europa. No los estropeen.