11 d’octubre del 2012

La casta rojigualda - un artículo valiente de los que salen una vez cada 10 años


La casta tiene temblores y carga sobre nuestras espaldas: el peso de su enfermedad puede aplastarnos
La Vanguardia | 14/05/2012 -
Antoni Puigverd

Apenas hablamos ya del drama que sufren millones de parados; o de la falta de crédito que asfixia nuestras pequeñas y medianas empresas. Apenas hablamos de la deuda privada, una de las más altas del mundo; ni del déficit público que sube a pesar de los recortes sociales. Nos hemos resignado a dichos recortes, que amenazan con cargarse la única obra verdaderamente magna de la democracia española: una sanidad pública excelente, de las mejores del mundo. Y es que ahora estamos dominados por el terremoto de Bankia. Xavier Vidal-Folch ha calculado que la suma de apoyos españoles y europeos que el grupo Bankia acumulará alcanzará los 82.965 millones. La cifra es espeluznante: es superior al déficit de las administraciones central y autonómica en el 2011.

El caso de los bancos y cajas es tremebundo. Cuando la crisis estalló, se dijo que, a diferencia de lo que sucedía en los países anglosajones, obligados a nacionalizar, nuestro sistema bancario era sólido y solvente. Ahora constatamos que también aquella afirmación era un engaño. De todos los desastres que la crisis nos trae, el principal es la pérdida de confianza: no nos creemos nada de lo que nos dicen. No nos lo podemos creer. Y por supuesto: nadie nos cree fuera de España. El engaño ha sido el único lenguaje de las élites.

Hablemos, pues, de estas élites que nos dirigen. Las élites políticas son reiteradamente criticadas, burladas, satirizadas. Su credibilidad está por los suelos. Sus corrupciones ocupan todas las portadas. La indignación juvenil se ceba con los políticos. La autoridad de los gobiernos se pone en entredicho días después de su llegada al poder. Sucedió con el Govern de Mas y sucede con el Gobierno de Rajoy. A este paso, el presidente español será como el anterior: un pararrayos perfecto. Por si fuera poco, la crisis ha coincidido con algunos vistosos resbalones del monarca, afectado, además, por los feos negocios de su yerno. Pero, a la luz del agujero negro de Bankia, una pregunta parece pertinente: ¿son las élites políticas las únicas culpables del desaguisado? ¿Vamos a seguir vapuleando en exclusiva a los políticos mientras un velo de opacidad protege a las élites económicas?

El poder de élites del dinero es tan fuerte como oscuro. Su capacidad de intimidación es superior al de la política, pero su capacidad de seducción es bastante más efectiva: el dinero es el silenciador más poderoso. Esto explica, seguramente, la opacidad con que dichas élites hacen negocios, tejen relaciones, hunden raíces, cosechan fortunas e imponen sus intereses.

En su momento, escandalizó a la opinión pública de la Europa democrática descubrir que los millonarios rusos del tipo Abramóvich, propietario del Chelsea, procedían de los jóvenes cuadros del comunismo. Desmantelaron la arruinada URSS y mientras el buen pueblo ruso pasaba de nuevo hambre y frío, ellos se convertían en potentados de talla mundial. Algo parecido sucedió en el Estado español. Muchos de los nuevos ricos españoles fueron, en su momento, altos funcionarios encargados de la privatización de los viejos monopolios en tiempos de González y Aznar. En teoría el Reino de España no es un inquietante estado de excepción como la nueva Rusia, pero la aparición de fortunas poco estéticas apenas ha causado algún escándalo. Muchas de ellas se han obtenido gracias a la información privilegiada y a las posiciones estratégicas que la política regaló y sigue regalando.

El verdadero poder en España es un punto ciego que vincula las altas finanzas y empresas estratégicas con los altos mandos de la Administración (generalmente en manos de los cuerpos especiales del Estado). Es fácil pasar del mundo de la alta Administración a los grandes negocios; y viceversa. En este punto ciego ha prosperado una casta. No es la única casta española. En la Barcelona municipal y en la autonómica existen castas parecidas. Como en Andalucía, en Valencia, en todas partes. Las castas crecen siempre al calor de una Administración. Se han escrito infinitas burlas y sarcasmos sobre estas castas, a menudo grotescas (miserias del Palau, trajes valencianos, ERE andaluces concedidos con ayuda de un gin-tónic). Pero sobre la gran casta desarrollada al calor del Gran Madrid apenas se habla. Sin duda, porque los medios de comunicación de la capital, envueltos en la rojigualda, forman parte de ella. Estos medios han bombardeado a las castas regionales durante años no sólo con un objetivo político (desprestigiar las autonomías), sino también para construirse un escudo protector: no hay mejor defensa que un buen ataque. Mientras los trajes del infeliz Camps distraían al personal, los negocios de verdad iban prosperando. Así se ha construido el verdadero poder de España.

Debido a sus temblores de hoy, lo cargan sobre nuestras espaldas. Pesa mucho, puede aplastarnos.