11/07/2014 -No se trata de grandes principios sino de la práctica cotidiana: nuestra sociedad desvinculada ha perdido el norte, de manera especial en aquello que se refiere al dinero y al sexo, las dos pulsiones más fuertes del deseo humano porque además de su fuerza poseen la característica general de la insaciabilidad, y eso es lo que las hace peligrosas para uno mismo y para los demás. Una vez sumergidos en la vorágine nunca es bastante, o en el mejor de los casos el límite queda lejos.
Hablemos
del sexo. La cultura de la desvinculación ha acuñado un principio
prácticamente hegemónico, el de satisfacerlo sin cortapisas,
y todo intento de educar en el autocontrol, fruto de nuestra tradición
cultural más que bimilenaria, es castigado con la descalificación:
“¡represores!”. Naturalmente, en la práctica este principio es
insostenible, primero en razón de la felicidad y dignidad personal,
segundo porque la sociedad no puede permitírselo, y entonces al daño de
la incontinencia y conversión del otro en objeto se le añade el caos, el
desorden.
Vean sino el San Fermín, que ha degenerado en parte en una práctica hiper etílica, provocación y agresión sexual.
Para prevenirlo -infructuosamente-, se han destacado numerosos policías
de paisano, pero ya se han alzado voces y escritos argumentando que no
permitir que las mujeres muestren sus pechos cuando los hombres lo hacen
es sexista, y que si quieren divertirse dejando que las manoseen están
en su derecho. ¿Cómo ligar este principio que se realiza en medio de una
muchedumbre excitada y sumergida en vino, con el de que no se cometan
excesos con aquellas mujeres? La sociedad desvinculada, sus autoridades,
han de responder a ello pero no saben cómo, simplemente porque es una
contradicción inasimilable.
Los
casos se multiplican, como el conflicto entre la federación del
balonmano playa y jugadoras y equipos, por el intento de establecer que
sea el biquini la uniformidad para el juego, según establece la
Federación Europea de este deporte. Tampoco es nada extraño, con esta
vestimenta juegan a voley playa y, si bien no es idéntica, sí tiene
muchos puntos de contacto con las que utilizan las jugadoras
profesionales de voley. Las federaciones de estos deportes minoritarios
saben que una forma de tener una mínima opción de ingresar alguna cosa y
mejorar la notoriedad es saliendo en la TV, y esta oportunidad se
multiplica si hay una exhibición del físico femenino. Hay también una
evolución en este sentido en muchas de las practicantes de atletismo
–sobre todo entre aquellas que poseen condiciones objetivas para ello- o
en la evolución de la vestimenta de las tenistas (solo un deporte, el
baloncesto femenino, ha seguido hasta ahora el camino inverso, con
equipamientos amplios, nada ajustados). La razón formal que aducen las
chicas del balonmano playa no es la del recato sobre el espectáculo de
su figura, sino una vez más el sexismo, los hombres juegan con camiseta.
La mujer como objeto del deseo está más presente que nunca en nuestra sociedad,
solo hay que observar como visten muchas adolescentes con la aceptación
de sus padres, o en que la ha convertido la publicidad de manera
sistemática. Pero, entonces, de cuando en cuando estalla el escándalo,
como con el bar de Magaluf, en Mallorca, que ofrecía consumiciones
gratuitas a mujeres a cambio de practicar el mayor número de felaciones,
pero entonces la sociedad y autoridades reparan que nada pueden hacer
porque es “legal”. Para profundizar más en la contradicción estalla a
continuación un escándalo parecido en un club de copas de Barcelona,
hasta que se repara que se trata de un club gay que se defiende
acusando de hipócritas a los demás, porque no solo felaciones sino
relaciones sexuales se mantienen en el “cuarto oscuro” de que disponen
muchos bares de ambiente. Entonces, el escándalo afloja porque son
homosexuales quienes practican las felaciones en nombre de la libertad, y
a estos se les consienten prácticas como las que sazonan sus
desfiladas, que a las demás personas se les rechaza.
Los
mismos que protestan contra el sexismo del uniforme deportivo son
quienes defienden los salones pornográficos que salpican la geografía
española,
donde la mujer se ve reducida a su dimensión más mínima, la genital.
Total, lo dicho, un gran embrollo, porque la sociedad desvinculada es
también la sociedad del lío. Todo esto sucede por una razón principal:
porque la sociedad de la anomia ha perdido toda capacidad para definir
el bien y promoverlo.
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