Alex Gubern - 01/07/2011 - ABC - Si no surge ningún contratiempo, en unas pocas semanas finalizará la construcción del túnel del AVE por el centro de Barcelona —al menos la parte que se ha realizado mediante tuneladora—, un acontecimiento que debería servir de cierre simbólico a un periodo nefasto en la realización de infraestructuras en Cataluña Aunque ahora el problema es otro y mucho más tangible —la escasez presupuestaria—, la conclusión del túnel del AVE, y la impecable ejecución del mismo, debería enterrar la etapa del miedo que en torno a las grandes obras hemos sufrido desde aquel nefasto enero de 2005 en que se hundió el túnel del Carmel.
Cuando dentro de unos siglos futuros arqueólogos excaven en ese barrio se toparán con una retroexcavadora milagrosamente intacta, sepultada en el túnel hundido, incrustada en el sarcófago de hormigón que es ahora aquella maldita galería. Aquella excavadora podrá explicar cómo, legítimamente, una ciudad entera se puso a temblar ante la perspectiva de construir un túnel, el del AVE, del todo (im)prescindible. Y podrá contar también cómo, de manera irresponsable, buen número de políticos acabó por alimentar ese miedo, bien por ser responsables de los sucesivos cambios de recorrido —el último, el discutible trazado al lado de la Sagrada Familia, justo después de los hechos del Carmel—, bien por intentar apropiarse de la histeria ciudadana en beneficio electoral propio. Sin complejos.
Ajena a todo ello, la tuneladora Barcino ha ido avanzando, sorda al rifirrafe político, impasible ante el martilleo judicial al que la Audiencia Nacional, después de años de pleito, dio carpetazo el miércoles. La retroexcavadora del Carmel, como aquellos insectos del jurásico conservados en ámbar, es el testimonio de una época ojalá que ya superada, la del miedo, irracional o no tanto, a la obra pública. Ahora, por contra, son las tuneladoras paradas de la Línea 9 las que son ejemplo de una nueva era, la de la tijera presupuestaria.
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