26.10.2013
Nos ha sorprendido desagradablemente el artículo de Gabriel Tortella El tigre que nunca debió salir de la jaula,publicado
en EL PAÍS el pasado día 19, porque creíamos que el autor era un
académico que acostumbraba a documentar sus planteamientos. En este caso
no es así, ya que al tono excitado de todo el texto se une una serie de
aseveraciones históricas y políticas sesgadas e incluso erróneas.
La tesis central del artículo es que todo lo que está pasando en
Cataluña responde básicamente a una maniobra perversa del nacionalismo
catalán que, alimentado por la frustración, por “celos violentos” y
porque, a su juicio, el catalán tiene un relieve insignificante, durante
los últimos decenios se ha dedicado al “adoctrinamiento masivo y
sistemático” tanto en el conjunto de aparato educativo como desde los
medios de difusión. El resultado ha sido un “bombardeo mental incesante”
que ha logrado “enardecer las masas” y crear un ambiente de “paroxismo
separatista”. Para llegar a estas rotundas “conjeturas”, el autor
reconoce que sus fuentes informativas han sido la prensa y algunas
conversaciones. Si sus fuentes de información fundamentales solo han
sido los “plurales” medios de comunicación de Madrid y alguna tertulia
de café, apañados estamos. ¿Cómo es que teniendo familiares, amigos y
colegas en Barcelona no se informa directamente y mejor antes de
escribir? ¿Ha hablado con algunos maestros y profesores de Cataluña, ha
consultado los libros de texto que se utilizan allá —que son los mismos
que en toda España—?
A lo largo del artículo sostiene de forma reiterada que los
historiadores catalanes estamos ofreciendo una interpretación histórica
llena de falsedades, de versiones deformadas y victimistas. Y para
demostrarlo evoca el episodio de la derrota militar catalana de 1714 y
afirma que es falso que los catalanes defendieran entonces una nación.
Para empezar, un impreso de 1714, Lealtad catalana,
afirmaba que “Solo las resoluciones que se toman en Cortes de un reino o
provincia son las que se atribuyen a la nación (...) […]la nación que
solo se representa en sus Brazos unidos (...) […]toda la nación
catalana, junta en los Brazos resolvió el defenderse por el rey en cuyo
dominio estaba”. Dejando al margen el debate sobre el concepto que
entonces se tenía de lo que era una “nación”, lo que sí es
históricamente irrebatible es que las instituciones catalanas lucharon
por salvaguardar sus Constituciones, su sistema representativo y por las
libertades de toda España, frente a la imposición de un modelo de
Estado absolutista que acabó con la monarquía plural de los Austrias. Lo
cierto es que Cataluña perdió entonces su estructura jurídico-política
secular cimentada en las Cortes y en las Constituciones y que con la
Nueva Planta se impuso un sistema absolutista, centralista y
militarizado que eliminó los cauces de participación política.
Además, es falso que el recuerdo de la derrota de 1714 no aparezca
hasta finales del siglo XIX. Solo un desconocedor de la historia puede
ignorar no solo las continuas referencias a este episodio que ya
aparecen en diversos textos a lo largo del siglo XVIII, al tiempo que
las libertades perdidas fueron invocadas reiteradamente en protestas y
en memoriales reivindicando el sistema representativo municipal
liquidado en 1714 (como en el Memorial de 1760 a Carlos III) y en las
intervenciones de parlamentarios catalanes en las Cortes de Cádiz
(Capmany, Aner, Dou, etcétera), en las del trienio 1820-1823, en las del
Estatuto Real, en las constituyentes de 1837 y posteriormente en los
discursos de numerosos parlamentarios catalanes de diversas
adscripciones políticas.
Identificar la unión de coronas de 1479 —el matrimonio de los Reyes
Católicos— con la creación de la “nación española”, como lo hace
Tortella, responde a un planteamiento de carácter esencialista
totalmente desacreditado en los ámbitos científicos internacionales.
Como es sabido, de la unión de coronas surgió una monarquía compuesta
que mantenía el ordenamiento jurídico político de los dos bloques: la
Corona de Castilla y la Corona de Aragón. Por otra parte, la idea de la
“conllevancia” con la cuestión catalana no es de Manuel Azaña, sino de
un discurso parlamentario de José Ortega y Gasset en 1932.
La metáfora del tigre y la jaula rezuma autoritarismo antidemocrático
y evoca el malhadado “justo derecho de conquista” de Felipe V. Eso de
volver a encerrar en la jaula al tigre separatista recuerda demasiado a
la retórica franquista para ser de recibo. ¿Creen realmente los
demócratas españoles que el actual problema catalán se resuelve a base
de jaulas?
Todo vale con tal de no atender a una realidad que se soslaya
reiteradamente en el artículo, lo que ha pasado los últimos 10 años:
sentencia del Tribunal Constitucional que laminó el Estatuto refrendado y
aprobado por el Parlament y las Cortes y liquidó el espíritu de
entendimiento de 1978; incumplimiento sistemático por parte del Gobierno
de Madrid de las inversiones previstas en ese Estatuto, etcétera,
etcétera; y que, a consecuencia de todo ello, hoy la mayoría de los
catalanes sea partidaria de ejercer el derecho a decidir. Apelar a la
corrupción, ampliamente extendida por toda España, o a la muy discutible
gestión del Gobierno actual de CiU, no constituye ningún argumento
válido a la hora de analizar el incremento del soberanismo y aún menos
para menospreciarlo.
En suma, nos parece que el artículo adolece de basarse en unas
supuestas teorías conspirativas y en negarse a conocer la realidad de la
situación catalana. Venga usted a Barcelona, hable con la gente y
después opine. No lo haga de oídas y sin rigor. Y, por favor, no
intoxique más el ambiente mediático con metáforas impropias de un
demócrata.
Borja de Riquer es catedrático de Historia Contemporánea (UAB) y Joaquim Albareda es catedrático de Historia Moderna (UPF).
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