19 d’abril del 2023

Victor Klemperer, el filólogo que estudió in situ cómo infiltraron el nazismo mediante manipulación del lenguaje

Victor Klemperer, el filólogo en la boca del lobo





(...) En marzo de 1933 Hitler llevaba dos meses al frente de la Cancillería de la moribunda República de Weimar y se habían producido dos acontecimientos inquietantes y sólo aparentemente inconexos: el misterioso incendio del Reichstag en la noche del 27 al 28 de febrero, del que los nazis culparon a los comunistas, pero de cuya verdadera autoría dudaban pocos, y las elecciones del domingo 5 de marzo, que dieron una abrumadora mayoría al nuevo canciller y a su partido. Victor votó a los demócratas y Eva al Zentrum, el partido católico.

A partir de esa fecha comenzó la “revolución y la perfecta dictadura”, como la denomina Klemperer, y con ella una cadena interminable de prohibiciones por decreto y de medidas antijudías, con la oposición política desaparecida, “como si se la hubiera tragado la tierra”, y el absoluto hundimiento de un poder que había existido hasta sólo un instante. Todo esto le recordaba a la debacle de noviembre de 1918, tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, pero también al clima de terror que se adueñó de Francia bajo los jacobinos. “Nadie hace ni dice nada; todo el mundo tiembla y repta”.
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El 27 de marzo de 1933 Klemperer comentó en los Diarios la posibilidad de elaborar un diccionario con el nuevo lenguaje del flamante régimen. No tardó en poner manos a la obra, apuntando palabras y expresiones que leía o escuchaba a su alrededor, tanto a personas como en periódicos, en la radio, octavillas, folletos, carteles, rótulos o en los noticiarios que se proyectaban en las salas de cine.

El nombre de Lingua Tertii Imperii, LTI para abreviar, con el que bautizó a la jerga de los nacionalsocialistas parodiaba la manía de los dirigentes nazis de designar a los organismos políticos, administrativos y paramilitares con nombres pomposos, para luego simplificarlos en siglas con las que en realidad serían conocidos, hasta el punto de que la gente olvidaba su nombre real. Pero también contrariando la costumbre del régimen de machacar a la población con esa sopa de siglas, Klemperer adopta la LTI como un secreto que despliega en los también secretos Diarios, sólo conocido por él, su mujer y un puñado de amigos, que le sugerían nuevas palabras para su diccionario. Mientras uno lee los Diarios y La lengua del Tercer Reich imagina a Klemperer anotando en sus cuadernos “lo corriente, lo normal, lo carente de brillo y de heroísmo”, al tiempo que todos hablaban de invasiones y batallas.
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A medida que el régimen nazi atosigaba con una legislación asfixiante a los judíos que se quedaron en Alemania, y Klemperer no sólo fue desposeído de su cátedra sino que se le prohibió sacar libros de bibliotecas, leer la prensa en público o escuchar la radio, se aferró aún con más ahínco a su investigación que durante los años de la guerra, cuando fue obligado a trabajar diez horas diarias en una fábrica, le ayudaba a olvidarse del miedo a los temibles registros domiciliarios por la Gestapo, a las detenciones y a los malos tratos. Todo ello a sabiendas de que día a día, palabra tras palabra, contribuía a desenmascarar las falacias de aquella dictadura criminal.

Otra ventaja nada desdeñable es que, en tanto que estudioso de una  lengua envenenada y venenosa, se libraba del contagio al que se hallaban expuestos los alemanes, incluidos los perseguidos por la despiadada policía, como aquella mujer judía, ayudante de cátedra, que se declaró ante Klemperer “judía liberal y fanáticamente alemana”. Cuando Victor le abrió los ojos (y los oídos), aclaró que había querido decir “apasionadamente”, y prometió no volver a utilizar “fanatisch”, la palabra favorita de Hitler, junto con “obstinado” y “obstinadamente”. Sólo en alguna rara circunstancia él mismo se sintió sorprendido utilizando determinada expresión de la LTI. El riesgo de intoxicación era muy elevado.

Klemperer hizo un descubrimiento crucial (en un pasaje de los Diarios dice que los descubrimientos más hondos son todos triviales): que la ideología nazi se infiltraba en la mente de las personas no tanto a través de los discursos, casi siempre farragosos, que sus dirigentes pronunciaban o publicaban en la prensa, cuanto por la repetición de un puñado de palabras aisladas, expresiones y formas sintácticas que la población adoptaba inconscientemente, incluso las víctimas de ese lenguaje y los opositores al régimen. De su labor filológica dedujo que la palabra aislada
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Trastocando el proverbio latino In vino veritas (“En el vino está la verdad”), Klemperer encabezó su estudio con el lema: In lingua veritas  

Klemperer... el lenguaje:

“no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él”.

 No dominamos la lengua sino que es ella la que nos domina. Al elegir unas palabras determinadas, excluyendo otras con las que expresaríamos más o menos lo mismo, el lenguaje está eligiendo por nosotros; tiene la última palabra.

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El problema es que, fascinados por el discurso que escuchamos o leemos, hagamos caso omiso del lenguaje en el que se nos transmite, como si sólo se pudiera expresar con esas palabras y no con otras.
 
Los profesionales de la mentira saben que ésta se cuela con más facilidad a través de la expresión oral que de la escrita. La palabra hablada entra fácilmente por el oído, no fatiga la vista. El hablante puede distraer al oyente con las distintas tonalidades de la voz y los gestos y expresiones corporales que secundan el discurso.

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Para Klemperer el principio básico de la lengua del Tercer Reich (LTI) era “la mala conciencia, su triple tono; defenderse, alabarse, acusar; nunca, en ningún momento, una declaración tranquila”. Y su característica especial, la desvergüenza con que mentía. “Continuamente, y sin sombra de escrúpulos, afirman lo contrario de lo que han afirmado la víspera”, anotó el 10 de septiembre de 1944 refiriéndose a los dirigentes del régimen. Pero el rasgo distintivo de la LTI era su pobreza de solemnidad, que tenía que contrarrestar con la repetición

Hasta el derrumbe del régimen esta lengua tramposa se mantuvo fiel a sus tres principales características: limitación, uniformidad y monotonía. En la Alemania nazi daba igual que hubiese diez periódicos que mil; en todos se repetían los mismos comentarios y argumentos. Klemperer asoció esa monotonía a la exclamación entusiasta de Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, mientras presenciaba un desfile a las Juventudes Hitlerianas: “¡Siempre el mismo rostro!”.
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Una de las palabras más antiguas y representativas de la LTI era “acción”. Todas las operaciones de ataque contra el frente rojo, contra los judíos, contra los partidos, se designaban con este vocablo. También al infame programa de eutanasia de deficientes mentales, ordenado por Hitler, y que empezó a aplicarse el mismo día en que Alemania invadió Polonia, el 1 de septiembre de 1939, fue bautizado con el eufemismo Aktion T4. Cuando un escolar terminaba sus estudios en la escuela profesional y recibía un “muy bien en conducta” se añadía una palabra que puede traducirse como “preparado para la acción”.
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En esta frase aparece una palabra relevante en la lengua del nacionalsocialismo, “voluntad”, de la que el individuo nazi se siente orgulloso por el fanatismo que la refuerza. El triunfo de la voluntad fue el título de la película de propaganda que Leni Riefensthal rodó por encargo de Hitler con motivo del Congreso del Partido Nacionalsocialista en Núremberg, en 1934. Próxima a esta palabra se encontraba “carácter”, término encumbrado por Goebbels, y que oponía a “intelectualismo” y “judaísmo”.

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La influencia de la prensa popular, del cine y del deporte fue muy notoria en la LTI. Goebbels sentía debilidad por las expresiones tomadas del boxeo: “asalto decisivo”, “golpe bajo del enemigo”, “encajar los golpes” o “radical contragolpe”.
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En sus Diarios, Klemperer reconoce no hallar una explicación al triunfo del hitlerismo, a pesar de los argumentos que se barajaron entonces: la humillante paz de Versalles, el desempleo masivo, el arraigo del antisemitismo. Pero quizá una respuesta convincente a esa incógnita haya que buscarla en la rápida infiltración de la LTI en la memoria de la mayoría de los alemanes. Lo que antes de enero de 1933 fue un goteo de palabras y frases, con el tambor Hitler a la cabeza, a partir de entonces habría de transformarse en una auténtica inundación, gracias al imponente aparato de propaganda de la dictadura y a su capacidad para uniformar a la estructurada sociedad alemana en torno a la ideología nazi. 
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De ahí que a los pocos años uno de los cabecillas del régimen, Robert Ley, se permitiera decir que el único hombre que en Alemania era todavía una persona particular “es alguien que está dormido”. Una persona particular significaba un individuo libre y liberado de la intoxicación lingüística que sufrían sus compatriotas, quienes, pese a estar despiertos, eran víctimas de una especie de hipnosis. El cacareado “despertar de la nación” que los nazis asociaban a su ascenso al poder no representó más que el hundimiento de la sociedad alemana en el hipnotismo.

El totalitarismo nazi constituye una advertencia para nosotros, puesto que no sucedió en Marte y ni los dirigentes nazis ni los millones de alemanes que los secundaron eran unos marcianos. Si algo demostró es lo fácil que resulta reemplazar en la ordenada sociedad de masas el civismo por el odio, la ley moral por el crimen y la realidad por la ficción. Se empieza por acoplar el lenguaje al “nuevo orden”, sustituyendo los nombres establecidos por otros adaptados a los fines de la ideología y forjando toda una gama de eufemismos para los delitos y los crímenes.

De esta forma las conciencias pueden dormir tranquilas y los servicios públicos, los transportes y las comunicaciones continuar funcionando como de costumbre. Así, nadie encontrará un pretexto para formular preguntas molestas y menos aún para quejarse...


Las negritas son mías. El artículo entero fue publicado el 22 de septiembre de 2015  en:
https://enlenguapropia.wordpress.com/2015/09/22/victor-klemperer-el-filologo-en-la-boca-del-lobo/



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> Cómo no contribuir a la pasividad que permite a los problemas expandirse. Dr. Emanuel Tanay superviviente del Holacausto.

> Reseña de libro que relata los primeros meses de 1933 en Alemania, los mismos primeros meses de Hitler en el poder de los que habla este artículo:
“Historia de un alemán. Memorias 1914-1939”. Sebastian Haffner. Ed. Destino.   ///   Parla exactament del silenci i passivitat ciutadana  durant els tres primers mesos de la pujada al poder de Hitler. 
Trobareu la resenya d'aquest i altres llibres d'història del s.XX a post:  Llibres, història i assaig del s. XX

>  Llibres que hem llegit: control de l'opinió pública en el nazisme