Victor Klemperer, el filólogo en la boca del lobo
(...) En marzo de 1933 Hitler llevaba dos meses al frente de la Cancillería de
la moribunda República de Weimar y se habían producido dos
acontecimientos inquietantes y sólo aparentemente inconexos: el
misterioso incendio del Reichstag en la noche del 27 al 28 de febrero,
del que los nazis culparon a los comunistas, pero de cuya verdadera
autoría dudaban pocos, y las elecciones del domingo 5 de marzo, que
dieron una abrumadora mayoría al nuevo canciller y a su partido. Victor
votó a los demócratas y Eva al Zentrum, el partido católico.
A partir de esa fecha comenzó la “revolución y la perfecta dictadura”,
como la denomina Klemperer, y con ella una cadena interminable de
prohibiciones por decreto y de medidas antijudías, con la oposición
política desaparecida, “como si se la hubiera tragado la tierra”, y el
absoluto hundimiento de un poder que había existido hasta sólo un
instante. Todo esto le recordaba a la debacle de noviembre de 1918, tras
la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, pero también al clima
de terror que se adueñó de Francia bajo los jacobinos. “Nadie hace ni
dice nada; todo el mundo tiembla y repta”.
...
El 27 de marzo de 1933 Klemperer comentó en los Diarios la
posibilidad de elaborar un diccionario con el nuevo lenguaje del
flamante régimen. No tardó en poner manos a la obra, apuntando palabras y
expresiones que leía o escuchaba a su alrededor, tanto a personas como
en periódicos, en la radio, octavillas, folletos, carteles, rótulos o en
los noticiarios que se proyectaban en las salas de cine.
El nombre de Lingua Tertii Imperii, LTI para abreviar, con
el que bautizó a la jerga de los nacionalsocialistas parodiaba la manía
de los dirigentes nazis de designar a los organismos políticos,
administrativos y paramilitares con nombres pomposos, para luego
simplificarlos en siglas con las que en realidad serían conocidos, hasta
el punto de que la gente olvidaba su nombre real. Pero también
contrariando la costumbre del régimen de machacar a la población con esa
sopa de siglas, Klemperer adopta la LTI como un secreto que despliega
en los también secretos Diarios, sólo conocido por él, su mujer
y un puñado de amigos, que le sugerían nuevas palabras para su
diccionario. Mientras uno lee los Diarios y La lengua del Tercer Reich
imagina a Klemperer anotando en sus cuadernos “lo corriente, lo normal,
lo carente de brillo y de heroísmo”, al tiempo que todos hablaban de
invasiones y batallas.
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A medida que el régimen nazi atosigaba con una legislación asfixiante
a los judíos que se quedaron en Alemania, y Klemperer no sólo fue
desposeído de su cátedra sino que se le prohibió sacar libros de
bibliotecas, leer la prensa en público o escuchar la radio, se aferró
aún con más ahínco a su investigación que durante los años de la guerra,
cuando fue obligado a trabajar diez horas diarias en una fábrica, le
ayudaba a olvidarse del miedo a los temibles registros domiciliarios por
la Gestapo, a las detenciones y a los malos tratos. Todo ello a
sabiendas de que día a día, palabra tras palabra, contribuía a
desenmascarar las falacias de aquella dictadura criminal.
Otra ventaja nada desdeñable es que, en tanto que estudioso de una
lengua envenenada y venenosa, se libraba del contagio al que se
hallaban expuestos los alemanes, incluidos los perseguidos por la
despiadada policía, como aquella mujer judía, ayudante de cátedra, que
se declaró ante Klemperer “judía liberal y fanáticamente alemana”.
Cuando Victor le abrió los ojos (y los oídos), aclaró que había querido
decir “apasionadamente”, y prometió no volver a utilizar “fanatisch”,
la palabra favorita de Hitler, junto con “obstinado” y “obstinadamente”.
Sólo en alguna rara circunstancia él mismo se sintió sorprendido
utilizando determinada expresión de la LTI. El riesgo de intoxicación
era muy elevado.
Klemperer hizo un descubrimiento crucial (en un pasaje de los Diarios
dice que los descubrimientos más hondos son todos triviales): que la
ideología nazi se infiltraba en la mente de las personas no tanto a
través de los discursos, casi siempre farragosos, que sus dirigentes
pronunciaban o publicaban en la prensa, cuanto por la repetición de un
puñado de palabras aisladas, expresiones y formas sintácticas que la
población adoptaba inconscientemente, incluso las víctimas de ese
lenguaje y los opositores al régimen. De su labor filológica dedujo que
la palabra aislada
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Trastocando el proverbio latino In vino veritas (“En el vino está la verdad”), Klemperer encabezó su estudio con el lema: In lingua veritas
Klemperer... el lenguaje:
“no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones,
dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la
naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él”.
No dominamos la lengua sino que es ella la que nos domina. Al elegir
unas palabras determinadas, excluyendo otras con las que expresaríamos
más o menos lo mismo, el lenguaje está eligiendo por nosotros; tiene la
última palabra.
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El problema es que, fascinados por el discurso que escuchamos o
leemos, hagamos caso omiso del lenguaje en el que se nos transmite, como
si sólo se pudiera expresar con esas palabras y no con otras.
Los profesionales de la mentira saben que ésta se cuela con más
facilidad a través de la expresión oral que de la escrita. La palabra
hablada entra fácilmente por el oído, no fatiga la vista. El hablante
puede distraer al oyente con las distintas tonalidades de la voz y los
gestos y expresiones corporales que secundan el discurso.
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Para Klemperer el principio básico de la lengua del Tercer Reich (LTI)
era “la mala conciencia, su triple tono; defenderse, alabarse, acusar;
nunca, en ningún momento, una declaración tranquila”. Y su
característica especial, la desvergüenza con que mentía. “Continuamente,
y sin sombra de escrúpulos, afirman lo contrario de lo que han afirmado
la víspera”, anotó el 10 de septiembre de 1944 refiriéndose a los
dirigentes del régimen. Pero el rasgo distintivo de la LTI era su
pobreza de solemnidad, que tenía que contrarrestar con la repetición.
Hasta el derrumbe del régimen esta lengua tramposa se mantuvo fiel a sus
tres principales características: limitación, uniformidad y monotonía.
En la Alemania nazi daba igual que hubiese diez periódicos que mil; en
todos se repetían los mismos comentarios y argumentos. Klemperer asoció
esa monotonía a la exclamación entusiasta de Goebbels, el ministro de
Propaganda de Hitler, mientras presenciaba un desfile a las Juventudes
Hitlerianas: “¡Siempre el mismo rostro!”.
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Una de las palabras más antiguas y representativas de la LTI era
“acción”. Todas las operaciones de ataque contra el frente rojo, contra
los judíos, contra los partidos, se designaban con este vocablo. También
al infame programa de eutanasia de deficientes mentales, ordenado por
Hitler, y que empezó a aplicarse el mismo día en que Alemania invadió
Polonia, el 1 de septiembre de 1939, fue bautizado con el eufemismo Aktion T4. Cuando
un escolar terminaba sus estudios en la escuela profesional y recibía
un “muy bien en conducta” se añadía una palabra que puede traducirse
como “preparado para la acción”.
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En esta frase aparece una palabra relevante en la lengua del
nacionalsocialismo, “voluntad”, de la que el individuo nazi se siente
orgulloso por el fanatismo que la refuerza. El triunfo de la voluntad
fue el título de la película de propaganda que Leni Riefensthal rodó
por encargo de Hitler con motivo del Congreso del Partido
Nacionalsocialista en Núremberg, en 1934. Próxima a esta palabra se
encontraba “carácter”, término encumbrado por Goebbels, y que oponía a
“intelectualismo” y “judaísmo”.
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La influencia de la prensa popular, del cine y del deporte fue muy
notoria en la LTI. Goebbels sentía debilidad por las expresiones tomadas
del boxeo: “asalto decisivo”, “golpe bajo del enemigo”, “encajar los
golpes” o “radical contragolpe”.
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En sus Diarios, Klemperer reconoce no hallar una explicación al
triunfo del hitlerismo, a pesar de los argumentos que se barajaron
entonces: la humillante paz de Versalles, el desempleo masivo, el
arraigo del antisemitismo. Pero quizá una respuesta convincente a esa
incógnita haya que buscarla en la rápida infiltración de la LTI en la
memoria de la mayoría de los alemanes. Lo que antes de enero de 1933 fue
un goteo de palabras y frases, con el tambor Hitler a la cabeza, a
partir de entonces habría de transformarse en una auténtica inundación,
gracias al imponente aparato de propaganda de la dictadura y a su
capacidad para uniformar a la estructurada sociedad alemana en torno a
la ideología nazi.
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De ahí que a los pocos años uno de los cabecillas del régimen, Robert
Ley, se permitiera decir que el único hombre que en Alemania era todavía
una persona particular “es alguien que está dormido”. Una persona
particular significaba un individuo libre y liberado de la intoxicación
lingüística que sufrían sus compatriotas, quienes, pese a estar
despiertos, eran víctimas de una especie de hipnosis. El cacareado
“despertar de la nación” que los nazis asociaban a su ascenso al poder
no representó más que el hundimiento de la sociedad alemana en el
hipnotismo.
El totalitarismo nazi constituye una advertencia para nosotros, puesto
que no sucedió en Marte y ni los dirigentes nazis ni los millones de
alemanes que los secundaron eran unos marcianos. Si algo demostró es lo
fácil que resulta reemplazar en la ordenada sociedad de masas el civismo
por el odio, la ley moral por el crimen y la realidad por la ficción.
Se empieza por acoplar el lenguaje al “nuevo orden”, sustituyendo los
nombres establecidos por otros adaptados a los fines de la ideología y
forjando toda una gama de eufemismos para los delitos y los crímenes.
De esta forma las conciencias pueden dormir tranquilas y los
servicios públicos, los transportes y las comunicaciones continuar
funcionando como de costumbre. Así, nadie encontrará un pretexto para
formular preguntas molestas y menos aún para quejarse...
Las negritas son mías. El artículo entero fue publicado el 22 de septiembre de 2015 en:
https://enlenguapropia.wordpress.com/2015/09/22/victor-klemperer-el-filologo-en-la-boca-del-lobo/
Post relacionados con el nazismo en esta blog:
> Cómo no contribuir a la pasividad que permite a los problemas expandirse. Dr. Emanuel Tanay superviviente del Holacausto.
> Reseña de libro que relata los primeros meses de 1933 en Alemania, los mismos primeros meses de Hitler en el poder de los que habla este artículo:
“Historia de un alemán. Memorias 1914-1939”. Sebastian Haffner. Ed. Destino. /// Parla exactament del silenci i passivitat ciutadana durant els tres primers mesos de la pujada al poder de Hitler.
Trobareu la resenya d'aquest i altres llibres d'història del s.XX a post: Llibres, història i assaig del s. XX
> Llibres que hem llegit: control de l'opinió pública en el nazisme
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