Anticipó la crisis y el colapso del modelo económico
Este escritor y ensayista canadiense propone rescatar a los ciudadanos desahuciados antes que a los bancos y pasar página respecto a la deuda para prosperar.
La persecución del Santo Grial del crecimiento es un error; la
economía se ha convertido en asunto de ficción; el dinero ya no
representa nada real; hay que reconsiderar qué es una deuda y qué papel
deben desempeñar los bancos en un nuevo mundo. Estas son algunas de las
ideas que vertebran el pensamiento de John Ralston Saul, escritor, ensayista y filósofo canadiense al que la revista Time calificó de “profeta”.
Por alternativo que pueda resultar su discurso, Ralston está lejos de ser, a sus 64 años, un perroflauta.
Alto, delgado y de elegantes andares, acompaña su aspecto de dandi con
un discurso sin paños calientes. No reniega del capitalismo; de hecho,
reivindica a uno de los referentes del liberalismo, Adam Smith.
Pero propone medidas como que se rescate a los ciudadanos desahuciados o
sepultados por una hipoteca en vez de salvar a unos bancos que solo
conseguirán que la espiral de la deuda siga creciendo.
Una cita poderosa encabeza su último libro, El colapso de la globalización y la reinvención de mundo:
“Todavía no entiendo del todo por qué ocurrió. Alan Greenspan, 23 de
octubre de 2008”. La frase del exdirector de la Reserva Federal
estadounidense da la medida del desconcierto que ha creado la crisis,
incluso entre aquellos que la incubaron. Y a ese desconcierto es a lo
que se viene enfrentando en los últimos años este pensador canadiense
que nada a contracorriente.
PREGUNTA: Estamos inmersos en un periodo negro de la
economía, y no parece que las cosas mejoren sustancialmente, ni en el
mundo, ni en España, ni…
RESPUESTA: Existe una nueva religión absoluta del
crecimiento, el comercio, la santidad de la deuda y de los contratos
comerciales, con la que intentan hacernos creer lo inteligentes que son
los políticos y lo estúpidos que somos los demás. Da igual lo mala que
sea la situación actual, ellos siguen aplicando las mismas recetas,
haciendo lo mismo. Eso es lo que se está haciendo en España y en todas
partes. El sistema avanza en la misma dirección. Los problemas que hay
se están agravando. Nadie reconoce cuál es el auténtico problema. El
crecimiento no nos va a sacar de donde estamos; la austeridad, tampoco.
Veremos cómo resisten todo esto las democracias. Están poniendo la
democracia en peligro.
Ralston es un hombre de discurso ágil y fluido, sin pelos en la
lengua. Nos encontramos con él en el restaurante de un céntrico hotel de
Barcelona. La revista norteamericana de pensamiento alternativo Utne Reader
le situó entre los 100 pensadores y visionarios más importantes del
mundo. Autor de 16 libros (entre ellos, el ensayo filosófico Los bastardos de Voltaire. La dictadura de la razón en Occidente) y de cinco novelas que han sido traducidos a 22 idiomas, Ralston Saul es además el presidente del PEN International, asociación de escritores que data de 1921 y lucha por la libertad de expresión en todo el mundo.
En 2005, tres años antes de que se desencadenase la crisis, publicó el libro El colapso de la globalización y la reinvención de mundo,
del que lleva vendidas 400.000 copias, según los datos que facilita su
editorial, RBA. En él analizaba el fracaso de los criterios que guían el
sistema de relaciones económicas y financieras entre países, explicaba
la crisis de un modelo y anticipaba un colapso. En 2009, a la vista de
que algunas de sus predicciones se habían cumplido, reeditó con añadidos
un libro que llega ahora en su versión española, con un prólogo que
aborda cuestiones como el rescate de Bankia.
P: En el libro sostiene usted que el dinero no es
real y que nos hemos convertido en sus esclavos. Habla de que vivimos en
una economía ficticia. Y dice que en los años setenta el comercio era
seis veces el valor de los bienes y que en 1995 era 50 veces más.
¿Cuántas veces más lo es ahora?
R: Nadie lo sabe, pero debe de estar alrededor de
150. Lo más vergonzoso es que los números no están disponibles, o al
menos yo no he podido encontrarlos.
P: ¿Y eso qué significa?
R: La ironía es que la globalización ha conducido a
lo opuesto de lo que prometía. Prometió competencia, y ha causado el
regreso a los oligopolios; prometió renovación del capitalismo, y ha
supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió el final del nacionalismo
feo [sostiene que también hay un nacionalismo positivo], y ha traído la
era más nacionalista desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento; prometió empleo, no
tenemos empleo… y así se puede seguir con la lista. Nada de lo prometido
ha ocurrido. Dijeron que con el keynesianismo se imprimía mucho dinero;
que había que controlar el dinero en circulación y que eso haría
funcionar la economía. El hecho es que todo este periodo ha llevado a la
mayor expansión en la cantidad de dinero en la historia del mundo,
hemos visto cientos de ejemplos de nuevos tipos de dinero: las tarjetas
de crédito, los bonos basura, los derivados… Todo eso es imprimir
dinero, pura inflación de la cantidad de dinero. El argumento
capitalista era que el dinero era lo que engrasaba la maquinaria. Pero
llegado un momento dijeron: el dinero es real, por eso es bueno tener a
gente trabajando en el sector financiero. ¿Las fusiones y grandes
adquisiciones de empresas?: eso es imprimir dinero. Cada vez que una
compañía compra otra y se endeuda en, digamos, 700.000 dólares, eso
quiere decir que se acaban de imprimir 700.000 dólares, acaban de crear
700.000 dólares que antes no existían. Nunca tuvimos tanto dinero
circulando en el mundo y tan mal repartido. Y por eso cuando ocurre la
crisis, la gente que es parte de esa lunática inflación dice: hay que
salvar a los bancos.
P: ¿Y no hay que rescatar a los bancos?
R: No hay razón para salvar a los bancos, no
necesitamos tanto dinero. Lo razonable habría sido aprovechar la
oportunidad para limpiar el desorden. No hay más que tomar el ejemplo
español de Bankia. Una buena política habría sido, por ejemplo, que el
Gobierno anunciase que pagaría todas las hipotecas hasta una cantidad
determinada, pongamos 300.000 euros. Das el dinero a la gente que está
en su casa y que tiene una hipoteca, y de hecho salvas a los bancos: es
el ciudadano el que da el dinero a los bancos al cancelar su hipoteca.
De pronto, la gente ya no tiene deudas y puede gastar lo que gana. Así
es como se crea una clase propietaria y además se relanza la economía.
Es tan simple.
P: ¿Y eso es posible?
R: Por supuesto. Para mí la pregunta es: ¿es posible
que demos todo ese dinero a los bancos, que fueron los que crearon el
problema, para que no se gasten ese dinero y para que continúen
autoconcediéndose enormes bonus? ¿Es eso posible? ¿Es eso
legal? ¡Vamos, denme un respiro! Hay otra opción: no queremos salvar a
todos los bancos, no queremos tanto dinero, así que paguemos 150.000
euros de esas hipotecas y cancelemos el resto de la deuda, 150.000. Los
Gobiernos tienen el poder para hacerlo. De ese modo, 150.000 euros no
vuelven a los bancos, limpias el sistema bancario y reduces la cantidad
de dinero que circula, que es algo positivo.
P: Pero no debe de ser tan fácil de hacer. Por ejemplo, la gente que alquila se sentiría agraviada.
R: Habría que estudiar los números. La política
económica es intentar mover las cosas en una buena dirección. No
significa hacer exactamente lo mismo en cada sitio, ni significa que
tengas que hacerlo todo a la vez. Resuelves primero ese gran problema y
luego haces un programa para alquileres de forma que la gente pueda
comprarse la casa que está alquilando. Se pueden hacer más cosas. Por
ejemplo, dar una renta mínima a la gente en vez de que tenga que hacer
colas para acceder a prestaciones, subsidios y ayudas, en vez de
humillarla examinando sus requisitos una y otra vez; ayudas que además
resultan caras de administrar… Muchos conservadores, liberales y
socialdemócratas responsables están de acuerdo en que sería mucho mejor
una renta garantizada anual. Supondría liberar a la sociedad, devolver a
la gente el respeto por sí misma. La gente humillada o marginada se
sentiría parte de la sociedad. Es curioso, pero hay mucha gente que está
de acuerdo con estas ideas.
P: ¿Ah, sí?, ¿y dónde están esos conservadores y liberales que piensan así?
R: ¡En todas partes! No están entre los
neoconservadores, pero sí entre muchos conservadores. Muchos empresarios
creen en esto. Pero como el debate se pierde en los pequeños detalles y
la idea dominante es que hay que reducir el peso del Estado, nadie pone
estas cuestiones sobre la mesa.
P: ¿Qué posibilidades hay de que algo como lo que relata se pueda llevar a cabo?
R: Hay posibilidades, por supuesto; han sido
posibles muchas otras cosas en los últimos años. Por ejemplo: la clase
directiva del sector privado ha conseguido, presionando a los Gobiernos,
regulaciones que han convertido el fraude en algo legal. Ahí están esos
consejeros delegados percibiendo bonus y participaciones en
las acciones, ganando millones cada año: ¡pero si solo son gerentes!
Están en el puesto por cinco años, se irán a jugar al golf cuando se
retiren, ¡no son nadie! ¡Nadie conoce sus nombres, no han hecho nada en
particular! ¿Deberían cobrar esos bonus cuando la empresa va mal? Ese no
es el debate. El debate es: ¿deben recibir bonus? ¡Si ya les
han pagado! Han usado su influencia para cambiar el sistema impositivo
en todos los países para no tener que pagar demasiados impuestos por
esos bonus. Eso es fraude. Probablemente, los dos ejemplos más
evidentes de fraude desde la Segunda Guerra Mundial son: el cambio en
las disposiciones de ingresos de los directivos, fraude evidente hecho
legal, y la transferencia de la deuda privada de los últimos años al
sector público.
P: La Unión Europea está corroída por la deuda…
R: Hay quien plantea los eurobonos como solución a
la crisis europea. ¿Estamos de broma? Yo digo: acabemos con la deuda. No
pueden admitir que se han equivocado, así que hacen como que los bonos
son algo que les permite coger toda la deuda, colocarla en los bonos y
venderlos. Están colocando a la civilización europea bajo el peso de una
deuda que no existe. Si tuvieran algo de imaginación y algo de coraje,
convocarían una cumbre y dirían: sí, los españoles han hecho mal esto, y
los griegos han hecho cosas horribles con esto, pero ninguno de
nosotros es una parte inocente; ¿cómo podemos resetear el
reloj? Básicamente, vamos a envolver parte de esta deuda en un sobre,
escribiremos en el sobre la frase “Esto es muy importante”, lo pondremos
en un cajón, lo cerraremos y tiraremos la llave. ¡Hay que pasar página,
hay que superarlo! En vez de esto, están intentando volver a hacer lo
mismo que vienen haciendo durante años, pero como si no lo hicieran.
P: Una propuesta sorprendente…
R: La mía es responsable y honesta. Ellos están
haciendo una propuesta delirante e increíblemente complicada que no va a
funcionar y que no nos lleva a ningún sitio. Y en el camino hacen que
la gente sufra. ¿Qué piensan que van a decir los griegos cuando les
reduzcan el salario mínimo en un 22%? Está claro que esto es como una
cuestión religiosa. Como la economía es la nueva religión, han aplicado
la moral a la economía. La deuda pública tiene peso moral, pero la
privada no. ¿Cómo se come eso? Este es uno de los fracasos de la
globalización. Si el sector privado se puede librar de la deuda, el
sector público también.
P: Pero entonces, ¿qué pasa, que la deuda en realidad no existe?
R: La verdad es que no. El dinero es una convención.
Un árbol es real, el dinero es una convención. Los necios, cuando llega
la crisis, están convencidos de que el dinero es real. Enrique IV fue
considerado como el Buen Rey porque Francia estaba hundida por la deuda y
la hizo desaparecer; a partir de ese momento vivieron 250 años de
prosperidad, por quitarse la deuda; Atenas construyó toda su historia
tras haberse librado de su deuda; el imperio norteamericano está
enteramente construido sobra una quita, se quitaron la deuda de en medio
cinco veces entre la guerra civil y 1929; la riqueza de Estados Unidos a
lo largo del siglo XX está enteramente construida sobre el hecho de no
haber pagado su deuda en 1929: tomaron dinero prestado en Europa, en los
mercados, y con eso construyeron ferrocarriles, carreteras, rascacielos
y tuvieron un colapso económico: quienes les dejaron dinero lo
perdieron y ellos se quedaron con sus infraestructuras. Estados Unidos
vivió cinco colapsos que al final le dejaron libre de su deuda y le
permitieron convertirse en líder a partir de 1935.
John Ralston Saul es un hombre apasionado, un orador nato. No es un
anticapitalista. Se declara partidario de muchos de los preceptos de
Adam Smith, de la propiedad privada, del mercado, y también de los
servicios públicos. Dice que el capitalismo va a continuar. Pero
considera que la globalización ha hecho daño. Y señala algunos culpables
en su libro. Cita a la Sagrada Congregación para la Propagación de la
Fe: economistas, directivos, consultores y propagandistas, es decir,
periodistas de economía: “Difundieron la idea de que el comercio libre,
la globalización y la búsqueda del crecimiento eran el único camino a la
prosperidad”, manifiesta.
El ensayista canadiense carga contra la llamada generación del
informe. Sostiene que el mundo está en manos de economistas y
empresarios de capacidades muy limitadas y que en muchos casos son
“analfabetos funcionales”. Gente que solo contempla el corto plazo.
“Los historiadores económicos son los intelectuales; los
macroeconómicos son los semiintelectuales que dieron forma a las ideas, y
luego están las abejas trabajadoras, que trabajan en lo micro, que no
piensan y solo hacen números. Se eliminó a los historiadores porque, una
vez que tienes la verdad, no quieres que el pasado sea examinado.
Promocionaron a los semiintelectuales a los altares. Y elevaron a los
que solo hacen números”.
Dice que estamos en manos de estos últimos. Explica que el apogeo de
la globalización se produjo a mediados de los noventa, años en que el
comercio vivía días de máxima liberalización, los impuestos a las
grandes fortunas se difuminaban, las privatizaciones y la desregulación
campaban a sus anchas y la civilización occidental abrazaba la religión
neoliberal y adoraba el mercado global.
P: Usted ya viene alertando desde hace tiempo contra la globalización…
R: Se veían signos de que la globalización estaba
llegando a su fin desde 1995. La globalización se está derrumbando por
los defectos que contenía desde el principio como programa
ideológico-filosófico-social. Todavía estamos viviendo sus
consecuencias: si España se rompe, si Grecia deja de ser una democracia,
si en Canadá se producen problemas internos que la resquebrajan, todo
ello, en gran parte, será un resultado de la globalización. Yo soy un
gran admirador de Stiglitz y Krugman [en alusión a los dos reputados
premios Nobel de Economía], pero son dos economistas, y no lo pueden
evitar, se fijan en los detalles: habría que hacer esto, habría que
hacer lo otro… Hacen bien, pero se les escapa la cuestión principal, la
naturaleza de lo que está pasando, la naturaleza de la bestia llamada
globalización.
P: Sostiene usted que la globalización se convirtió en religión, en dogma…
R: El Vaticano, en sus momentos de gran poder, era
religión de modo marginal; más bien era una cuestión de política y de
poder; con la globalización pasa algo similar: es algo económico, de
modo marginal; es una cuestión de política y de control, de poder; es un
modelo social, igual que la Iglesia católica lo fue o el imperio
británico. Y se rompe porque como modelo social no funciona y siembra la
catástrofe por el camino. En realidad, la globalización viene de un
grupo de gente bastante marginal que tomó unas viejas ideas de mediados
del siglo XIX pasadas de moda. Una de ellas era inglesa: el comercio
libre, y la otra era el capitalismo de bucaneros, que se remonta a
finales del XIX en Inglaterra y Estados Unidos. Unieron las dos cosas y
dijeron: esta es una gran idea. Y no pensaron en las consecuencias de la
unión de esas dos ideas. En la crisis de los años setenta estábamos con
excedentes de producción, no se debía resolver el problema
incrementando el comercio, porque ya había demasiados bienes. Es decir,
la solución que encontraron para el problema era la contraria a lo que
se necesitaba. Llevamos 30 años de abrumadora mediocridad intelectual,
sin sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar
qué estamos haciendo y adónde vamos: una gran banalidad con tremendos
resultados.
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