Jueves, 13.11.2014
El contragolpe está en marcha. Querella contra el president de la Generalitat, Artur Mas,
la vicepresidenta Joana Ortega y, eventualmente, contra los consejeros
de Interior y Educación. La acción de la Fiscalía buscará la
inhabilitación, por los presuntos delitos de desobediencia y
prevaricación en la organización de la jornada del 9-N.
En
el umbral de una recuperación económica con temblor de piernas, en la
que la sociedad española no acaba de creer, porque no la percibe en
términos materiales (véase el último barómetro del CIS),
el poder central español quiere llevarse por delante al Gobierno de la
autonomía que más aporta al PIB y que sigue encabezando la producción
industrial y las exportaciones. Una Catalunya inflamada, en la que el
independentismo no es claramente mayoritario –lo acabamos de ver este
pasado domingo– , pero sí su nervio político más activo. El soberanismo
es hoy la principal cinta de transporte de la protesta social en
Catalunya. La última vez que la Fiscalía General del Estado se querelló
contra un presidente de la Generalitat, –en 1984– este consiguió abrir
un ciclo político con cuatro victorias electorales consecutivas.
El
contragolpe está en marcha porque entre el domingo por la noche y el
lunes se encendieron todas las luces de alarma en el Gobierno y en el
Partido Popular. El 9-N se convertía en un éxito político del
soberanismo catalán, con un enorme impacto en los medios de comunicación internacionales,
todavía estimulados por el referéndum del 18 de septiembre en Escocia.
Más de dos millones de personas en las urnas, cívicamente, sin ningún
incidente relevante, y la bandera de Catalunya en los headlines de los principales noticiarios del mundo.
Intenso
parpadeo de las luces de alarma, porque el mes de octubre ha cambiado
muchas cosas. A lo largo de octubre, las opiniones de derecha y de
izquierda contrarias al actual estado de las cosas en España se han
convertido en mayoría social. El Gobierno sigue siendo fuerte en el
Parlamento, pero se halla muy arrugado ante la sociedad. De la misma
manera que ha cristalizado una 'nueva izquierda', con un sorprendente
impacto en los sondeos, se siguen abriendo espacios para una 'nueva
derecha' –que no extrema derecha en el sentido clásico del término–,
hostil a Mariano Rajoy y su equipo monclovita. Eso es lo que hoy más
preocupa en Génova y en las diecisiete esferas regionales del
centroderecha, que ve como se le puede escapar de las manos la mayor
concentración de poder político e institucional que haya logrado un
partido político desde la restauración de la democracia. Hay elecciones
en mayo y el Partido Alfa está asustado.
El Partido Popular creía
haber conjurado el riesgo de fragmentación del espacio de centroderecha
en las elecciones europeas del pasado mes de mayo. El palo más fuerte
fue para el PSOE. Renunció Alfredo Pérez Rubalcaba y al cabo de diez días abdicaba el rey Juan Carlos.
El presidente Rajoy emergía entonces como garante de la
institucionalidad española, mientras se procedía al relevo en la
jefatura del Estado y el PSOE entraba en depresión, amenazado por
Podemos. Este era el dibujo para el nuevo curso, mientras sonaban las
trompetas de una rápida recuperación económica. El diseño de Pedro Arriola hoy está roto. En el nuevo cuadro sólo está a salvo el rey Felipe. Después de octubre, todo lo demás se halla en discusión.
La derecha está asustada
y no todo está controlado en el interior de su perímetro. Este pasado
domingo, mientras 2,3 millones de catalanes votaban, unas hojas
ciclostiladas del periodista Pedro J. Ramírez,
uno de los hombres más hostiles en Madrid al presidente del Gobierno,
caricaturizaban a este como un estafermo que gira y cambia de dirección
según los golpes de unos y de otros. Periodismo quevediano en hoja
volandera. Ramírez perdió la dirección de su periódico hace unos meses y
ahora no le dejan escribir los domingos. Se halla muy enfurecido y ha
abierto un blog. Tiene la imprenta en casa. Su invectiva, sin embargo,
va más allá del resentimiento personal y da voz al estado de ánimo del
sector más duro y aguerrido de la derecha española, que comienza a ver
su orden en peligro, ante la cadena de errores, escándalos, situaciones
insólitas y encuestas sorprendentes, que están sacudiendo la vida
pública. Otoño, insisto, ha sido un mes de rotura de fibras.
Las
elecciones municipales y autonómicas de mayo vienen envenenadas y el PP
teme un Annual en las grandes ciudades y en Valencia, donde el derrumbe
puede ser fenomenal. La piedra de toque serán las elecciones municipales
en Madrid. El PP aún no tiene candidato o candidata. Esperanza Aguirre
ha quedado noqueada por la Operación Púnica. UPyD va de baja y hay que
prestar atención a Ciudadanos, que sigue presionando para formar coalición con UPyD. Este podría ser un vector de la 'nueva derecha'.
Las
luces de alarma se acabaron de encender el lunes, cuando en Génova
comenzaron a recibir llamadas de sus comités territoriales pidiendo mano
dura. Están asustados y se acaban de comer el bochornoso suceso de
Extremadura. Cinco semanas de miedo. El escándalo de las tarjetas
negras, el ébola, el Gürtel que no cesa, la Púnica, Podemos por las
nubes, la recuperación que no acaba de llegar y esas dos estampas de
Valle-Inclán recorriendo los bares de toda España: el 'pequeño Nicolás' y
su novia la 'Pechotes', y la singular aventura canaria del senador Monago. Metralla.
Y
en eso, más de dos millones de catalanes saltan alegremente por encima
del Tribunal Constitucional, votan y salen en el telediario inglés.
La
querella contra Mas pretende ser un alerón estabilizador del PP. Será,
también, un estímulo para la clarificación electoral de Catalunya, con
incentivo para el Partit del President, que se está forjando. Se abre
ahora una trepidante carrera entre el ritmo judicial, que podría
concluir con la inhabilitación de Mas, y el ritmo político, que
conducirá a la convocatoria de elecciones anticipadas en Catalunya.
Grand Prix.
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