12 septiembre, 2016
Barcelona (INCAT).- Los medios de comunicación de alcance estatal,
todos ellos radicados en Madrid, crearon durante décadas una conciencia
de España que falseó su realidad. En ese falseamiento Cataluña fue
ignorada y despachada bajo clichés interesados, así la generalidad de la
población española ignora todo de Cataluña y en cambio está llena de
prejuicios hacia los catalanes. Nos pintaron una Cataluña provinciana,
encerrada, aburrida, fracasada, obsoleta… Pero la Diada de este año
marca un punto y aparte, es un desmentido a todo eso y muestra un país
lleno de energía. En adelante los españoles mirarán hacia allí con
curiosidad unos y con temor y desconfianza otros, pero muchos querrán
comprender lo que ha ocurrido.
Lo que ha ocurrido se veía venir si uno se acercaba allí y se
molestaba en escuchar lo que decían y sentían las personas que allí
vivían pero simplemente se lo ocultaron, en cambio la prensa informaba
con mayor o menor extensión un mes sí y otro también de que un niño no
podía recibir clases en castellano, de que perseguían a las corridas de
toros… Todo parecían mezquindades. Y de repente aparecen más de un
millón de catalanes pidiendo la independencia. ¿Dónde estaba tanta gente
que no nos lo contaron?
Pero aunque parezca increíble el día siguiente a un acto cívico y
político tan importante, no sé si tendrá parangón en Europa, pudimos
leer titulares que se mofaban e informaciones que lo minusvaloraban
alimentando la ceguera de sus lectores. Lo que ocurrió en Cataluña hace
historia en las luchas democráticas y es ejemplar, como tantas veces
Cataluña nos ha dado una lección. Pero las lecciones las aprende quien
no tiene prejuicios y quiere aprender. Particularmente reconozco que
tengo prejuicios pero también me gusta aprender y de los catalanes
aprendí muchas cosas. Aunque esté mal visto en España, no tengo pudor en
reconocer que admiro a la sociedad catalana.
Como gallego, soy ciudadano de un país derrotado que no ha sido capaz
de sobreponerse a su historia, que no supo detener expolios ni
humillaciones, falto de orgullo colectivo y nervio cívico y, como
español, vengo de un país fratricida e incívico, marcado por un régimen
que lo degradó hasta el extremo, una experiencia histórica traumática y
profunda que suele ser despachada interesadamente como “la dictadura”. Y
por eso descubrí y envidié las semillas de libertad y civilidad que
llegaban desde Cataluña, desde la renovación pedagógica de “Rosa
Sensat”, cuando aún interesaba la educación como liberadora, hasta la
lucha obrera del PSUC y los libertarios, la firmeza en el exilio de Pau
Casals, la “nova cançó” y Lluis Llach “al Olimpia” y también sus
“Campanades a mort” por los obreros asesinados en Vitoria, su lucha por
el autogobierno nacional…
En Barcelona reconocí a la ciudad siempre atenta a la cultura que
recibía la música de Beethoven y de Wagner en el Palau, donde en Julio
de 1937 Schoenberg ensayaba con la orquesta “Moses und Aron” cuando
comenzaron los bombardeos fascistas, donde Picasso y Picabia ensayaban
su libertad, la ciudad a donde peregrinó el Quijote, y con él su autor,
para alabar la industria del libro.
Allí como autor me sentí acogido y respetado sin que importase en que
lengua escribía ni de donde venía ni que padrinos tenía, allí conocí a
mi mejor editora y a los mejores editores y a la gente más inteligente y
aguda de la industria del libro y de las artes. Y me descubro ante
obras literarias como el “Quadern Gris” de Josep Pla, que si España
considerase que la literatura en catalán también era suya, no es el
caso, tendría por una de las cuatro o cinco obras grandes suyas del
siglo XX. Naturalmente que también entreví las limitaciones y defectos
de la sociedad catalana, los tiene como todas, pero mi admiración por
sus virtudes está muy por encima. Sin ser catalán soy catalanista, lo
confieso.
Todo lo resumo en que hubo un momento en mi vida en que me vi
obligado por primera vez a plantearme marcharme de mi país, Galicia, y
no dudé a dónde iría y dónde había un pueblo abierto que me podría
acoger. No lo dudaba.-
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